jueves, 7 de mayo de 2009

LA AMBULANCIA

La ambulancia circulaba a toda velocidad haciendo sonar su sirena. Llevaban a Tino, un tipo que se había pasado con la dosis de LSD y no paraba de reírse de manera desaforada. Tino miraba a la pareja de enfermeros que le acompañaban y veía sus caras distorsionadas. Entonces las carcajadas le salían del estómago descontroladas, generándole una falta de aire en los pulmones. Estuvo varias veces a punto de asfixiarse pero la mascarilla de oxigeno conseguía reanimarle. A pesar de todo, seguía riéndose sin control. Las luces que entraban por la ventanilla de la ambulancia se movían zigzagueantes dejando estelas luminiscentes de tiovivo. Tino tenía las pupilas totalmente dilatadas y un entumecimiento caliente le recorría todo el cuerpo. Poco a poco, a ojos de Tino, las estelas que dejaban las luces se fueron convirtiendo en llamas abrasadoras. En su mente narcotizada le pareció que el interior de la ambulancia estaba ardiendo. Aquello le pareció muy gracioso. Y sus risas se intensificaron. A pesar de las carcajadas, Tino consiguió decir:

- Vamos a morir abrasados… - Y siguió riéndose como un trastornado.

Los ATS trataban de conectar con él intentando dilucidar qué había ingerido, pero Tino les escuchaba sin llegar a entender el significado de sus palabras. Todos sus envenenados sentidos estaban sometidos a la risa histérica y descontrolada que le invadía. Nunca imaginó que unas carcajadas pudieran causar tanto dolor físico. Una mancha húmeda fue esparciéndose por su entrepierna. Uno de los enfermeros probó a inyectarle una dosis de vitamina B-12 que no le hizo efecto alguno. Tino lloraba de risa, tenía los abdominales tan contraídos que a penas podía respirar, aun así, siguió desternillándose. De pronto, sintió la necesidad de salir de aquel lugar asfixiante y abrasador. En un ramalazo de locura empujó a los enfermeros, llegó hasta la puerta trasera, la abrió y saltó al duro asfalto. Cayó como un pelele y después de dar varias vueltas sobre sí mismo, se quedó tirado en medio del tráfico. Algunos coches tuvieron que frenar para no atropellarle y hubo varios choques en cadena. Tino quedó inconsciente bajo los faros de los coches, inmóvil en una postura imposible, como un muñeco de trapo. Se había roto infinidad de huesos pero había logrado acabar con la incontenible risa que lo estaba matando. Después de muchos meses de recuperación y rehabilitación su cuerpo sanó. Su mente, no. A día de hoy, continúa en manos de los psiquiatras.



2 comentarios:

Begoña Leonardo dijo...

Para no morise de risa... Muy bueno.
Desgraciadamente todos conocemos tipos que se han quedado colgados de por vida por un mal uso de las
drogas...

Besazo.

pepe pereza dijo...

Begoña, gracias porla visita y por el comentario.
beso