viernes, 19 de junio de 2009

EL PEDERASTA

(relato publicado en el fanzine Cruze de Caminos nº 3)
- Te voy a hacer bailar, hijo puta. – dijo James, apuntando al pederasta con su Mágnum tres cinco siete.

El pederasta salto ridículamente para esquivar las balas que iban dirigidas a sus botas. Los impactos dejaron varios agujeros humeantes en el césped.

- Pero… ¿Qué quiere de mí? Yo no le he hecho nada. – respondió el pederasta sangrando por la comisura de su boca.
- No te hagas el tonto. Sé lo que eres y quiero que me digas dónde está mi hijita.
- Le juro que yo no sé nada de su hija…

James le atizó con la culata en los dientes. El pederasta cayó al suelo echando por su boca espumarajos de sangre y trozos de su dentadura.

- No me mientas, pervertido. – le gritó James a punto de perder la paciencia.
- Le digo… la verdad… - dijo el pederasta con lágrimas en sus ojos. - … Ni siquiera sé quién es su hija… no la conozco…

El pederasta no mentía. La hija de James se había fugado con su chico para darse unos revolcones en algún motel barato…
El pederasta llegó a la urbanización huyendo. Resulta que hace años, en su barrio de toda la vida en un funesto día de mayo, el pederasta abusó de una niña de siete años. Fue acusado, juzgado y finalmente condenado a diez años. Después de saldar su deuda social, salió de la cárcel y regresó a su casa, dónde nunca fue bien recibido. Sus vecinos de toda la vida no olvidaban lo que antaño le hizo a aquella pobre criatura. Pusieron carteles con fotos de su cara en todos los comercios y grandes superficies, para que los ignorantes estuviesen alerta por si él se acercara a sus hijos. Además de las fotos, le obligaron por ley a colocar un gran cartel a la puerta de su casa que rezaba: “aquí vive un pederasta”. También tenía que llevar una pegatina en su coche, que igualmente anunciaba a todos que era un pervertido. Si salía a dar una vuelta con su coche por la ciudad, todos giraban la cabeza y murmuraban a su paso. Le miraban de reojo, con desconfianza y odio. Sufría continuos ataques nocturnos a su propiedad. Los chavales del barrio acudían protegidos por la oscuridad para lanzar piedras contra sus ventanas, escribir con spray obscenidades en la fachada, pinchar las ruedas de su coche, etc. Así un día tras otro, hasta que decidió mudarse. Pero en la nueva urbanización las cosas no habían mejorado para él. Más bien todo lo contrario…

- Maldito pedófilo, dime donde escondes a mi hija. – insistió James, dándole una patada en la cara.

Él (el pederasta) pensaba que ya había pagado su error. Durante su presidio fue violado varias veces y mientras le violaban él siempre procuraba ponerse en el lugar de la niña de siete años que él mismo violó para purgar todo el mal que hizo. Sintiendo en sus propias carnes las envestidas brutales de sus violadores, conoció el miedo y la impotencia que debió sentir de la niña. Mientras le desgarraban el culo, pudo identificarse con ella, y el asco que sintió por sus agresores lo sintió doblemente por si mismo. El pederasta entendía que lo que hizo no tenía perdón y por eso aguantaba estoicamente todas las humillaciones, porque las merecía. Pero la verdad era que ya no podía más. Tanto odio y desprecio le estaban matando.

- No te lo repito más. O me dices dónde está mi hija o te lleno la cabeza de plomo. – gritó James, apuntando con la Mágnum a la cabeza del pederasta.

El pederasta sabía que dijese lo que dijese, no iba a servirle de nada. Ya estaba condenado de antemano así que se rindió. Quizás fuera lo mejor, acabar de una vez por todas con tanta culpa y vergüenza, con tanto dolor. Tal vez la propuesta de James era la mejor salida. Que le llenase la cabeza de plomo para poder escapar de toda la mierda de ese mundo que ni olvidaba, ni perdonaba. El pederasta que estaba de rodillas, se dejó caer al suelo y quedó tumbado tripa arriba. Miró hacia las estrellas. El cielo estaba plagado con millones de ellas, nunca antes había visto tantas. Le hubiera encantado ser una de ellas, un puntito de luz en medio del cielo negro. James le pateó el hígado y la cara y siguió amenazándole con la pistola, pero el pederasta ya no le escuchaba, sólo eran él y las estrellas. Finalmente, James apretó el gatillo y la sangre y sesos del pederasta cubrieron el suelo. Los trocitos de masa encefálica resaltaron sobre el ensombrecido césped cómo chispeantes estrellas en medio de una noche cerrada.

3 comentarios:

jens peter jensen silva dijo...

está muy bien pepe. me recuerda a mystic river.
un abrazo
peter

Adriana Bañares dijo...

Sí, a mí también me ha recordado a Mystic River. Me ha gustado el final, me ha parecido feliz después de todo.

:)

Por cierto, no conozco ese fanzine, de dónde es? porque como sea de Logroño, la virgen, la capital del co... fanzine.

Javier Belinchón dijo...

Qué relato tan duro...

Abrazos pepe