sábado, 27 de junio de 2009

LA PUTA

(Dedicado a David González. Es lo menos que puedo hacer después de que él me dedicase una lectura de sus poemas)
Clara intentaba colocar un condón en el descomunal pene de un rumano. Lo hacía desde el asiento del copiloto de un escacharrado cuatro por cuatro hasta arriba de mierda. Había docenas de latas de cerveza vacías tiradas por salpicadero, suelo y asientos traseros.
A Clara le hubiera gustado ser una de esas putas de lujo que cobran una barbaridad y que son pretendidas por apuestos empresarios con muchísimo dinero. Pero su físico no daba para tanto, como mucho para rondar una esquina peleada a otras putas en un desangelado callejón al que acudía la peor calaña, un arrabal nauseabundo que muy pocos se atrevían a frecuentar… Clara no era guapa. De hecho, era más bien, fea. Pero lloviese a cantaros o hiciese un calor sofocante, cada día acudía a su esquina, demostrando que era una auténtica profesional, una mujer con el temperamento, las agallas y la disciplina necesarias para seguir defendiendo su negocio año tras año. Se imponía unas estrictas ocho horas diarias y muy rara vez faltaba a su compromiso, tan solo cuando su hija de siete años con síndrome de Down padecía algún problema de salud.
Era el tercer condón que rompía intentando enfundar aquel enorme pene caucásico. Nunca antes había visto algo semejante. Volvió a intentarlo con un cuarto profiláctico. El rumano empezaba a mosquearse. Clara no quería problemas y puso todo su empeño en que esta vez no se rompiese.
De niña, Clara quería ser veterinaria porque le apasionaba la compañía de los animales, en especial la de los gatos. Los animales no eran como las personas, rara vez la decepcionaban. A excepción de su hija y de su madre, todas las personas que había conocido en su vida la habían decepcionado. Era ley de vida, pensaba ella, conformándose con el destino que le había tocado. Clara no era rencorosa y siempre perdonaba los desplantes e injusticias que sufría. Ya de adolescente, decidió estudiar magisterio infantil, pero sus escasas aptitudes docentes se ponían de manifiesto cada vez que hacía un examen y recibía un suspenso…
¡Al fin! Lo consiguió. El enorme trozo de carne por fin estaba prisionero en la ajustada funda de látex. Clara sonrió y simuló quitarse el sudor de la frente a la vez que resoplaba, tratando de mostrar de forma algo peliculera, la hazaña que acababa de acometer. Sin vacilar, el rumano agarró a Clara del cogote y acercó su cara hasta la polla. Clara tuvo que forzar las mandíbulas para abarcar su glande.
Clara comenzó a ganarse la vida como puta al poco de nacer su hija. Pronto se dio cuenta de que con lo que ganaba de cajera en el Eroski no llegaba a fin de mes y su niña necesitaba cuidados especiales que ella quería dispensarle. De aquello ya hacia siete años…
De pronto, mientras realizaba la felación, notó como en el condón se abría una fisura. Se incorporó pese a las protestas e insultos del paisano. En los tiempos que corrían, no podía arriesgarse a pillar el sida. Tenía una hija que sacar adelante.

- Sin condón no hay trato. – trató de excusarse.
- Tú terminar mamada, puta. – le espetó el rumano.
- Si quieres te hago una paja…
- No, paja no. Chupar. – insistió el tío cada vez más enfadado.
- Si quieres que te la chupe tienes que ponerte una gomita…

A Clara le hubiera gustado ser una puta de lujo, ganar una burrada, tener un físico impresionante y una cultura elevada, vivir con su madre e hija en una casa a las afueras con jardín y piscina…
El rumano cogió la cabeza de Clara entre ambas manos y la forzó a meterse su miembro en la boca. Clara no tenía un físico impresionante, ni una casa a las afueras. Pero lo que sí tenía eran dos ovarios como dos catedrales. Mordió con todas sus fuerzas hasta arrancarle un pedazo de glande, que escupió entre las latas de cerveza vacías. Inmediatamente sacó del bolso una navaja de afeitar, se la puso al tipo en la yugular y le dijo:

- Me debes treinta euros.

El rumano, pese a su pene mellado y la sangre perdida, intentó atacarla. Clara se vio obligada a tirar de navaja. Un chorro de sangre caliente le salpicó la cara. Mientras el tipo se desangraba, ella cogió de su cartera su minuta por el servicio, ni más ni menos. Después sacó unas toallitas húmedas del bolso, se limpió la cara frente al retrovisor, bajó del cuatro por cuatro, cogió una botella de agua mineral, bebió, se enjuagó, escupió y retornó a pie hasta su esquina. Aún faltaban unas horas para poder regresar junto a su hija, así que se encendió un cigarro y aguardó paciente hasta el cliente siguiente.

6 comentarios:

mjromero dijo...

Es un cuento total, muy bueno.
Besos.

awixumayita dijo...

me ha encantado, Pepe!
me ha recordado a Monster pero tu puta tiene m´as estilo que Charlize Theron, dónde va a parar!

Un abrazo Pepe, y gracias por el comentario que has dejado en mi blog... qué rabia me da perder becas y movidas... ains, pero bueno, espero poder publicarlo algún día.

Javier Belinchón dijo...

Muy bueno, pepe. Me ha gustado mucho. De principio a final (y menudo final...)

Abrazos.

Castorin dijo...

Tremendo Pepe, me encanta tu forma de narrar...
Un cordial saludo.

Begoña Leonardo dijo...

Fabuloso Pepe, humano, emotivo, real. Se mastica la soledad, el desamparo. Tiene todos los ingredientes de una gran historia de amor/dolor.

Besos frescos, suaves y reales.

trovador errante dijo...

Violencia y desamparo, pocas cosas tan humanas. Como las putas. Como vivir por un hijo. Como la puta y bendita realidad.

Saludos y respetos Pepe, te voy leyendo.