jueves, 24 de septiembre de 2009

JACINTO EL MALO

Lo peor era cuando llegaba el recreo. Ahí tenían lugar las batallas más sangrientas entre Jacinto el Malo y yo. Y digo batallas y no peleas, porque nosotros no teníamos enfrentamientos cuerpo a cuerpo con puñetazos y agarrones al viejo estilo. A nosotros nos gustaba recoger cuantas más piedras mejor, todas las que cupiesen en los bolsillos y más. Después, cada uno elegía un árbol del patio del colegio, nos escondíamos detrás del tronco y cuando uno de los dos asomaba la cabeza se tiraba una piedra. Raro era el día que no volvíamos a casa con una pitera en la cabeza. Además estaban los daños colaterales, es decir, esas pedradas perdidas que alcanzaban, sin querer, a cualquier alumno que estaba jugando por los alrededores. Sus madres se quejaban a las nuestras y siempre recibíamos unos cuantos azotes por ello. Claro que nuestra rivalidad era más fuerte que cualquier reprimenda, aunque fuera seguida de azotes. Nosotros seguíamos inquebrantables en nuestro empeño por abrirnos la cabeza el uno al otro, y en cada recreo repetíamos la misma rutina, desobeciendo una y otra vez a nuestras madres. Con el tiempo fuimos adquiriendo una puntería excepcional, y aunque los daños colaterales disminuyeron en gran medida, nuestras cabezas acumulaban tantas brechas que hoy en día cuando me rapo la cabeza aun pueden apreciarse las numerosas cicatrices de aquellas batallas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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Ángel Muñoz dijo...

Joer pepe este de arriba se le ha ido un poco el tarro, sabrás quién es el Jorge Lemoine este no? uno al que acusan de plagiador a tope. por cierto, tu relato chapó.

pepe pereza dijo...

Sé quien es.

mjromero dijo...

Pepe, a ti también...

Un abrazo.

jens peter jensen silva dijo...

me gusta mucho esta crónica de tus memorias de parvulario. A ver cómo siguen.
abrazo