El ave salió despedida por la fuerza del impacto y terminó estrellándose contra la pared de los bajos de un edificio. Él corrió hacia el joven atacante. Al llegar a su lado le dio un empujón para apartarlo de su camino y poder llegar donde estaba el pato. El ave no se movía y permanecía en el suelo junto a la pared donde había impactado. Al cogerlo en sus manos el cuello del pato se descolgó inerte y supo que estaba muerto. Buscó con la mirada al pato negro con manchas blancas. Lo vio junto a un árbol. Estaba inquieto y atento a lo que sucedía. Seguro que entendía la gravedad la tragedia. Él se sintió culpable de lo ocurrido. De no haberles acostumbrado a una comida fácil seguramente nada de esto hubiera ocurrido. Siguió mirando al pato negro con manchas blancas, haciéndose cargo del dolor que el ave sentía. Si se emparejaban de por vida no cabía duda de que el pato debía sentir dolor por la muerte de su compañera. Se sintió identificado con el ave. Él también había perdido a su amante y sabía lo que era pasar por el trance. Era evidente que el instinto del ave le decía que se alejara volando pero no quería hacerlo sin su compañera. Sintió tanta pena por el pato que se le saltaron las lágrimas. En ese momento, una de las chicas del grupo de adolescentes arremetió contra él y comenzó a golpearle con los puños cerrados en el pecho.
- Lo has matado, cabrón. Lo has matado – gritó la joven con el rostro congestionado por la rabia.
Él creyó que se refería al pato y no logró entender el comportamiento de la chica, menos aun, que le acusase de un acto que era evidente que no había cometido.
- ¿Qué coño estás diciendo? – le gritó harto de recibir golpes.
- Le has matado – dijo la chica señalando hacia el grupo de jóvenes.
De primeras no supo lo que pasaba, tan sólo vio a unos cuantos muchachos alborotados. Cuando miro más atentamente se dio cuenta de que uno de los jóvenes yacía inmóvil en el césped. Le pasó el cadáver del pato a la chica y avanzó hasta el grupo. La chica al notar el ave en sus manos lo dejó caer con un gesto de repugnancia. Él se abrió hueco entre el mocerío y se arrodilló junto al chico que yacía inmóvil. Era el mismo que había pateado al pato, el mismo que él había empujado. Por lo visto, con el empujón el chico había perdido el equilibrio y había caído de espaldas golpeándose en la nuca con el bordillo que separaba la acera del césped. Miró al muchacho que realmente parecía muerto y vio que debajo de su cabeza se había formado un charco de sangre. Alargó su mano y la metió entre el cuero cabelludo para palpar si la herida era profunda. Efectivamente lo era. Con la mano llena de sangre cogió la muñeca del joven y, aliviado, apreció que todavía tenía pulso.
- Está vivo… Que alguien llame a una ambulancia.
- Viene de camino – contestó uno de los chicos que había llamado con el móvil.
Con la ambulancia también llegó una unidad de la policía.
Antes de que esposado lo metiesen en el coche policial vio al pato negro con manchas blancas junto al cuerpo inerte de su compañera. Parecía que quisiera reanimarlo a base de pequeños empujones que le daba con su pico. Sintió mucha pena por él…
El policía tiró su cigarrillo al suelo y apoyando sus manos sobre la mesa dijo:
- ¿Se puede saber por qué atacaste a ese joven?
Él se limitó a bajar la mirada y a guardar silencio. Pensó en el pato negro con manchas blancas y se preguntó qué estaría haciendo en esos momentos.
® pepe pereza
- Lo has matado, cabrón. Lo has matado – gritó la joven con el rostro congestionado por la rabia.
Él creyó que se refería al pato y no logró entender el comportamiento de la chica, menos aun, que le acusase de un acto que era evidente que no había cometido.
- ¿Qué coño estás diciendo? – le gritó harto de recibir golpes.
- Le has matado – dijo la chica señalando hacia el grupo de jóvenes.
De primeras no supo lo que pasaba, tan sólo vio a unos cuantos muchachos alborotados. Cuando miro más atentamente se dio cuenta de que uno de los jóvenes yacía inmóvil en el césped. Le pasó el cadáver del pato a la chica y avanzó hasta el grupo. La chica al notar el ave en sus manos lo dejó caer con un gesto de repugnancia. Él se abrió hueco entre el mocerío y se arrodilló junto al chico que yacía inmóvil. Era el mismo que había pateado al pato, el mismo que él había empujado. Por lo visto, con el empujón el chico había perdido el equilibrio y había caído de espaldas golpeándose en la nuca con el bordillo que separaba la acera del césped. Miró al muchacho que realmente parecía muerto y vio que debajo de su cabeza se había formado un charco de sangre. Alargó su mano y la metió entre el cuero cabelludo para palpar si la herida era profunda. Efectivamente lo era. Con la mano llena de sangre cogió la muñeca del joven y, aliviado, apreció que todavía tenía pulso.
- Está vivo… Que alguien llame a una ambulancia.
- Viene de camino – contestó uno de los chicos que había llamado con el móvil.
Con la ambulancia también llegó una unidad de la policía.
Antes de que esposado lo metiesen en el coche policial vio al pato negro con manchas blancas junto al cuerpo inerte de su compañera. Parecía que quisiera reanimarlo a base de pequeños empujones que le daba con su pico. Sintió mucha pena por él…
El policía tiró su cigarrillo al suelo y apoyando sus manos sobre la mesa dijo:
- ¿Se puede saber por qué atacaste a ese joven?
Él se limitó a bajar la mirada y a guardar silencio. Pensó en el pato negro con manchas blancas y se preguntó qué estaría haciendo en esos momentos.
® pepe pereza
1 comentario:
Vaya, Pepe, qué triste desenlace y qué mala suerte para todos. A veces el destino juega malas pasadas y nos hace preguntarnos si realmente hay “alguien” que mueve nuestros hilos, y aquella famosa frase de ¿Qué hubiese ocurrido si…? Sale de nuestros labios sin permiso.
Buen relato.
Un besazo.
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