Cuando Susana le llamó, supo por el tono de su voz que pasaba algo. Aunque ella no quiso anticiparle nada, sólo dijo:
- Pásate por mi casa de inmediato. Quiero que veas algo – y colgó.
Susana era su mejor amiga. Nada de sexo, sólo amistad y de la buena. Tras la desconcertante llamada, Alberto se sintió preocupado. Rápidamente salió de casa. Cogió un taxi y en pocos minutos estaba frente a la puerta de Susana. Ella le recibió en albornoz y con el pelo mojado. Le hizo pasar directamente al cuarto de baño.
- Estate atento al agua que gotea. - le dijo señalando al grifo de la bañera.
Alberto observó cómo una gota de agua fue ganando peso y volumen hasta precipitarse hacia el vacío, hasta ahí todo normal. Pero en su descenso la gota se detuvo y se quedó flotando en el aire por un instante. Como si la gravedad hubiese dejado de actuar sobre ella. Después continuó su caída hasta estrellarse contra el fondo de la bañera.
- ¿Lo has visto? – preguntó Susana emocionada.
Claro que lo había visto pero aun así no podía creerlo. Con la siguiente gota pasó lo mismo, y con la siguiente y con todas las que fueron cayendo del grifo. Estuvieron más de media hora mirando alucinados cómo las gotas se detenían un instante en su caída. No supieron encontrarle una explicación que le diera sentido a aquel suceso, sin duda paranormal. Cuando se cansaron de mirar Susana preparó unos bocadillos. Se los comieron en la terraza hablando de lo sucedido. Alberto se fue un poco más tarde, no sin antes echar un último vistazo al grifo de la bañera. Las gotas seguían deteniéndose durante un segundo en su recorrido hasta que finalmente se precipitaban al fondo de la bañera. De camino a casa le fue dando vueltas al asunto. Siguió pensando en ello mientras se acostaba y continuó haciéndolo hasta que se quedó dormido. A la mañana siguiente volvió a recordar lo sucedido pero no le dio mayor importancia. A medida que el día fue avanzando se fue olvidando del tema. Esa tarde, volvió a sonar el teléfono:
- ¡No te lo vas a creer tío, tienes que verlo tú mismo! Es… ¡Ven echando leches! - dijo Susana atropelladamente.
- ¿Te refieres a lo del grifo?
- Olvídate del grifo… Lo de ayer no es nada comparado con esto. Te vas a cagar…
- Pero, ¿entonces de qué se trata?
- Te digo que tienes que verlo con tus propios ojos… Venga, coño, vente para acá…
- Pero cuéntame…
- ¡Cuelgo!
A Alberto no le gustaba nada que Susana le dejara con la palabra en la boca. Pero una amiga es una amiga para lo bueno, lo malo, e incluso, para lo paranormal. Así que sin mayor dilación Alberto partió hacia su casa. Susana le recibió y le hizo entrar de inmediato. Esta vez se trataba del salón, de un punto en concreto en el que la medida y velocidad del tiempo se aceleraban sobremanera precipitando el crecimiento de una planta. Sin embargo, si apartaban la maceta de ese lugar, la planta dejaba de crecer. Durante las dos semanas siguientes se produjeron otros extraños fenómenos: repentinas bajadas de temperatura en algunas de las habitaciones, muebles que se movían solos, extraños resplandores que salían de las paredes, etc. Susana mostraba todos estos sucesos a Alberto como quien presume de coche nuevo o tele de plasma, sintiéndose privilegiada por tener una casa donde pasaban cosas raras. Alberto acudía a cada una de las llamadas y asistía a cada acontecimiento con cierta preocupación. A él, aquello no dejaba de inquietarle, pero ella lo disfrutaba tanto... hasta un miércoles a las tres y cuarto de la mañana. Sonó el teléfono en casa de Alberto. Era Susana. Estaba muy alterada, no como las otras veces donde se apreciaba verdadero entusiasmo en su voz. Esta vez su voz sonaba aterrorizada.
- Alberto… Por favor… ¡Ven enseguida!
- Pero, ¿sabes qué hora es? – protestó Alberto mirando su reloj.
- Por lo que más quieras, ven… Estoy muy asustada.
- Pero ¿Qué pasa ahora?
- No lo sé… algo le ocurre a mi sombra.
- ¿Qué?
- Por favor te lo pido, Al. Ven enseguida… - imploró echándose a llorar.
Nunca antes Susana había llorado para Alberto. Fue entonces cuando él supo que algo grave pasaba. Susana era una tipa dura que no se asustaba fácilmente. Su arrolladora personalidad, fuerte carácter y valentía siempre fueron su estandarte. Había viajado sola a lugares a priori peligrosos para una mujer pero nunca se había acobardado con nada. Por eso, cuando Alberto la escuchó llorar, los huevos se le pusieron por corbata.
- Vale, enseguida estoy ahí. – exclamó.
Susana le recibió a oscuras. Tenía mal aspecto. Estaba despeinada, con grandes ojeras y la mirada perdida.
- Gracias por venir...
- Espero que haya un motivo de peso o me voy a mosquear... – le dijo Alberto muy serio.
- Por favor, no me eches la bronca que bastante tengo ya con lo mío...
- Pero ¿qué te pasa?
- Mi sombra… que no es la mía.
- Pero, ¿qué bobadas estás diciendo?
Alberto aún estaba adormilado y su humor, en aquel estado, no era de lo mejor. Además, estar casi a oscuras le incomodaba.
- ¿Por qué no encendemos la luz? Así casi no se ve nada…
- ¡¡NOOO!!... ¡La luz, no! – dijo ella sobresaltada. – Con la luz se ve la sombra y me da miedo.
- ¿Qué sombra?
- La mía… - y de nuevo rompió a llorar como una niña.
Aquello parecía que iba en serio. Susana estaba asustada y él, que no era tan valiente, intuía que pronto sucumbiría al miedo. Después de mucho insistir, convenció a Susana para que encendiese la luz de la cocina y comprobó que efectivamente, la sombra proyectada por su amiga no se le parecía en nada. Ella era bajita y bastante delgada. La sombra, por el contrario, era alta y corpulenta. La ropa tampoco coincidía y mucho menos el género. La sombra claramente pertenecía a un hombre desgarbado, cargado de espaldas y vestido con abrigo largo y botas altas. Eso sí, la sombra imitaba cada movimiento de Susana. En eso, al menos, sí era una sombra al uso. La verdad es que acojonaba verla acompañar a su amiga. Esa noche Alberto se quedó a dormir allí. Ambos estaban asustados y además era muy tarde. A la mañana siguiente, Susana tenía mejor aspecto. Su ánimo estaba bastante reforzado y parecía que hubiese superado el trauma. Desayunaron y Alberto se fue a trabajar. Durante más de un mes no volvió a saber nada de Susana. La llamó por teléfono pero ella nunca respondió a sus llamadas ni contestó a sus mensajes. Se acercó varias veces por su casa pero tampoco le abrió. Ni rastro de ella. Alberto se imaginó que habría embarcado en alguno de aquellos viajes improvisados a los que ella era tan aficionada. Se despreocupó y siguió con su vida. Alrededor de un mes más tarde se la encontró en la calle. Apenas la reconoció. Iba con un abrigo largo de grandes hombreras y calzaba botas altas. Caminaba encorvada hacia adelante. Se diría que trataba de imitar a la sombra que salía de sus pies.
- ¡Joder, tía!... ¿Dónde te metes? Hace más de un mes que no sé de ti.
- Sí, bueno… es que he andado liada.
- Pasé por tu casa varias veces pero nunca estabas.
- Es que ya no vivo allí. Al final esa casa me daba miedo. Ahora vivo en un piso de la calle Mayor.
- Podías haberme avisado… ¿Y se puede saber por qué vas vestida así?
- Trato de que la gente no note lo de la sombra… Por no asustarles, ¿sabes?
Siguieron charlando mientras tomaban un café en un bar cercano. Susana había cambiado tanto que Alberto tuvo la impresión de que se trataba de otra persona. Después, se despidieron y cada uno siguió su camino.
® pepe pereza
- Pásate por mi casa de inmediato. Quiero que veas algo – y colgó.
Susana era su mejor amiga. Nada de sexo, sólo amistad y de la buena. Tras la desconcertante llamada, Alberto se sintió preocupado. Rápidamente salió de casa. Cogió un taxi y en pocos minutos estaba frente a la puerta de Susana. Ella le recibió en albornoz y con el pelo mojado. Le hizo pasar directamente al cuarto de baño.
- Estate atento al agua que gotea. - le dijo señalando al grifo de la bañera.
Alberto observó cómo una gota de agua fue ganando peso y volumen hasta precipitarse hacia el vacío, hasta ahí todo normal. Pero en su descenso la gota se detuvo y se quedó flotando en el aire por un instante. Como si la gravedad hubiese dejado de actuar sobre ella. Después continuó su caída hasta estrellarse contra el fondo de la bañera.
- ¿Lo has visto? – preguntó Susana emocionada.
Claro que lo había visto pero aun así no podía creerlo. Con la siguiente gota pasó lo mismo, y con la siguiente y con todas las que fueron cayendo del grifo. Estuvieron más de media hora mirando alucinados cómo las gotas se detenían un instante en su caída. No supieron encontrarle una explicación que le diera sentido a aquel suceso, sin duda paranormal. Cuando se cansaron de mirar Susana preparó unos bocadillos. Se los comieron en la terraza hablando de lo sucedido. Alberto se fue un poco más tarde, no sin antes echar un último vistazo al grifo de la bañera. Las gotas seguían deteniéndose durante un segundo en su recorrido hasta que finalmente se precipitaban al fondo de la bañera. De camino a casa le fue dando vueltas al asunto. Siguió pensando en ello mientras se acostaba y continuó haciéndolo hasta que se quedó dormido. A la mañana siguiente volvió a recordar lo sucedido pero no le dio mayor importancia. A medida que el día fue avanzando se fue olvidando del tema. Esa tarde, volvió a sonar el teléfono:
- ¡No te lo vas a creer tío, tienes que verlo tú mismo! Es… ¡Ven echando leches! - dijo Susana atropelladamente.
- ¿Te refieres a lo del grifo?
- Olvídate del grifo… Lo de ayer no es nada comparado con esto. Te vas a cagar…
- Pero, ¿entonces de qué se trata?
- Te digo que tienes que verlo con tus propios ojos… Venga, coño, vente para acá…
- Pero cuéntame…
- ¡Cuelgo!
A Alberto no le gustaba nada que Susana le dejara con la palabra en la boca. Pero una amiga es una amiga para lo bueno, lo malo, e incluso, para lo paranormal. Así que sin mayor dilación Alberto partió hacia su casa. Susana le recibió y le hizo entrar de inmediato. Esta vez se trataba del salón, de un punto en concreto en el que la medida y velocidad del tiempo se aceleraban sobremanera precipitando el crecimiento de una planta. Sin embargo, si apartaban la maceta de ese lugar, la planta dejaba de crecer. Durante las dos semanas siguientes se produjeron otros extraños fenómenos: repentinas bajadas de temperatura en algunas de las habitaciones, muebles que se movían solos, extraños resplandores que salían de las paredes, etc. Susana mostraba todos estos sucesos a Alberto como quien presume de coche nuevo o tele de plasma, sintiéndose privilegiada por tener una casa donde pasaban cosas raras. Alberto acudía a cada una de las llamadas y asistía a cada acontecimiento con cierta preocupación. A él, aquello no dejaba de inquietarle, pero ella lo disfrutaba tanto... hasta un miércoles a las tres y cuarto de la mañana. Sonó el teléfono en casa de Alberto. Era Susana. Estaba muy alterada, no como las otras veces donde se apreciaba verdadero entusiasmo en su voz. Esta vez su voz sonaba aterrorizada.
- Alberto… Por favor… ¡Ven enseguida!
- Pero, ¿sabes qué hora es? – protestó Alberto mirando su reloj.
- Por lo que más quieras, ven… Estoy muy asustada.
- Pero ¿Qué pasa ahora?
- No lo sé… algo le ocurre a mi sombra.
- ¿Qué?
- Por favor te lo pido, Al. Ven enseguida… - imploró echándose a llorar.
Nunca antes Susana había llorado para Alberto. Fue entonces cuando él supo que algo grave pasaba. Susana era una tipa dura que no se asustaba fácilmente. Su arrolladora personalidad, fuerte carácter y valentía siempre fueron su estandarte. Había viajado sola a lugares a priori peligrosos para una mujer pero nunca se había acobardado con nada. Por eso, cuando Alberto la escuchó llorar, los huevos se le pusieron por corbata.
- Vale, enseguida estoy ahí. – exclamó.
Susana le recibió a oscuras. Tenía mal aspecto. Estaba despeinada, con grandes ojeras y la mirada perdida.
- Gracias por venir...
- Espero que haya un motivo de peso o me voy a mosquear... – le dijo Alberto muy serio.
- Por favor, no me eches la bronca que bastante tengo ya con lo mío...
- Pero ¿qué te pasa?
- Mi sombra… que no es la mía.
- Pero, ¿qué bobadas estás diciendo?
Alberto aún estaba adormilado y su humor, en aquel estado, no era de lo mejor. Además, estar casi a oscuras le incomodaba.
- ¿Por qué no encendemos la luz? Así casi no se ve nada…
- ¡¡NOOO!!... ¡La luz, no! – dijo ella sobresaltada. – Con la luz se ve la sombra y me da miedo.
- ¿Qué sombra?
- La mía… - y de nuevo rompió a llorar como una niña.
Aquello parecía que iba en serio. Susana estaba asustada y él, que no era tan valiente, intuía que pronto sucumbiría al miedo. Después de mucho insistir, convenció a Susana para que encendiese la luz de la cocina y comprobó que efectivamente, la sombra proyectada por su amiga no se le parecía en nada. Ella era bajita y bastante delgada. La sombra, por el contrario, era alta y corpulenta. La ropa tampoco coincidía y mucho menos el género. La sombra claramente pertenecía a un hombre desgarbado, cargado de espaldas y vestido con abrigo largo y botas altas. Eso sí, la sombra imitaba cada movimiento de Susana. En eso, al menos, sí era una sombra al uso. La verdad es que acojonaba verla acompañar a su amiga. Esa noche Alberto se quedó a dormir allí. Ambos estaban asustados y además era muy tarde. A la mañana siguiente, Susana tenía mejor aspecto. Su ánimo estaba bastante reforzado y parecía que hubiese superado el trauma. Desayunaron y Alberto se fue a trabajar. Durante más de un mes no volvió a saber nada de Susana. La llamó por teléfono pero ella nunca respondió a sus llamadas ni contestó a sus mensajes. Se acercó varias veces por su casa pero tampoco le abrió. Ni rastro de ella. Alberto se imaginó que habría embarcado en alguno de aquellos viajes improvisados a los que ella era tan aficionada. Se despreocupó y siguió con su vida. Alrededor de un mes más tarde se la encontró en la calle. Apenas la reconoció. Iba con un abrigo largo de grandes hombreras y calzaba botas altas. Caminaba encorvada hacia adelante. Se diría que trataba de imitar a la sombra que salía de sus pies.
- ¡Joder, tía!... ¿Dónde te metes? Hace más de un mes que no sé de ti.
- Sí, bueno… es que he andado liada.
- Pasé por tu casa varias veces pero nunca estabas.
- Es que ya no vivo allí. Al final esa casa me daba miedo. Ahora vivo en un piso de la calle Mayor.
- Podías haberme avisado… ¿Y se puede saber por qué vas vestida así?
- Trato de que la gente no note lo de la sombra… Por no asustarles, ¿sabes?
Siguieron charlando mientras tomaban un café en un bar cercano. Susana había cambiado tanto que Alberto tuvo la impresión de que se trataba de otra persona. Después, se despidieron y cada uno siguió su camino.
® pepe pereza
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