jueves, 23 de junio de 2011

DINERO

El taxi se detuvo delante de una gran verja metálica custodiada por dos columnas griegas. Entre los barrotes de la verja podía verse un camino de grava y al fondo un palacete de tres plantas estilo Art Déco, con una pista de tenis a la izquierda y una piscina a la derecha. Sin duda era la casa de alguien que disponía de demasiado dinero. Pagó al taxista y se apeó del coche. La Madame le había facilitado esa dirección junto con unas detallas instrucciones que debía seguir al pie de la letra, a cambio recibiría una buena cantidad de dinero.
A la derecha de la verja había un portero automático con una pequeña cámara. Llamó al timbre y esperó nerviosa. El interfono proyectó una voz metálica.

- ¿Sí?
- Me manda la agencia.

Al cabo de unos segundos escuchó unos sonidos mecánicos y la verja se abrió. Caminando por encima de la grava se alegró de no llevar sus zapatos de tacón, que era lo habitual en ese tipo de citas, sin embargo en esa ocasión llevaba unas cómodas zapatillas de deporte. La Madame le había pedido que se vistiese de sport y que no se maquillase. Por otro lado la falta de maquillaje y de un vestido provocativo donde escudarse la hacían sentirse más expuesta, algo así como un actor sin disfraz.
Llegó a la puerta de entrada y se la encontró ligeramente abierta, así que entró sin llamar. El recibidor era inmenso, con una gran escalera de mármol rosa que llevaba a las plantas superiores.
De pronto un berrido llegó desde el primer piso y resonó en el recibidor rebotando en las paredes abovedadas. Ella se asustó y estuvo a punto de abandonar la casa, pero la cifra que le habían prometido la hizo ser valiente. Subió las escaleras. Siguiendo el sonido del llanto llegó hasta una de las habitaciones que estaba al fondo del pasillo. Se armó de valor, respiró profundamente y entró. Era el cuarto de un bebé. En las paredes habían pintado un lecho marino con todo tipo de peces y crustáceos. Había peluches por doquier, móviles con estrellas colgados del techo y una pila de juguetes amontonados en un rincón. En el centro de la habitación había una cuna más grande de lo normal. Los lloros venían de allí. Se acercó tímidamente y dentro vio a un hombre de unos sesenta años vestido únicamente con un pañal. El hombre lloraba y pataleaba como si fuera un bebé. Ella ya estaba avisada, aun así, aquello le pareció de lo más extraño. Para darse ánimos pensó en todo el dinero que iba a cobrar. El hombre siguió berreando y a ella no se le ocurrió nada para calmarle, la extraña situación la dejó momentáneamente bloqueada. El hombre intensificó el volumen de sus lloros. Ella cerró los ojos y pensó en dinero, en montones de billetes. Entonces se sorprendió a si misma entonando una nana. Al principio solo fue un susurro pero al ver que el hombre se callaba ganó confianza y subió el tono de su voz. Tenía una voz preciosa, todo el mundo se lo decía, hasta sus familiares más cercanos la habían animado a estudiar canto. Así que cantó poniendo todo su empeño, con los ojos cerrados, rogando para que el hombre siguiese callado. Cuando terminó la canción abrió los ojos y se encontró con los del hombre, por un momento se mantuvieron la mirada, luego el hombre siguió llorando. Ella le acunó tratando de calmarle con el suave balanceo. Fue inútil. Entonó otra canción pero el hombre subió los berridos por encima de su voz y tuvo que dejarlo. Si fuese un bebé de verdad ¿qué es lo que haría? Lo cogería en brazos y lo acunaría estrechándolo contra el pecho. Pero claro, el hombre distaba mucho de ser un bebé. Dado que no se le ocurría otra cosa decidió intentarlo. El hombre era menudo, aun así tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para levantarlo de la cuna. Anduvo con él en brazos hasta una silla. En cuanto lo sentó sobre sus rodillas el hombre dejó de llorar. Ella lo apretó suavemente contra el pecho y le susurró cosas bonitas, él se metió el pulgar en la boca a modo de chupete y emitió una especie de ronroneo. La escena le pareció ridícula. ¿Qué pensarían de ella sus seres queridos si la vieran de esa guisa? No quiso saberlo. Por muy absurda que fuera la situación lo prefería a tener que trabajar en una oficina cualquiera. Además estaba el dinero que ganaba. En su trabajo cuanto más extravagante era la tarea, más se cobraba.
El hombre dejó de chuparse el dedo y con la boca buscó uno de sus senos. Piensa en dinero, se dijo. Se abrió la camisa, se apartó el sujetador y cuando el pecho estuvo expuesto el hombre chupó del pezón. Aquello era una pantomima extravagante, pero ella no estaba allí para juzgar a nadie, así que siguió pensando en dinero. Al cabo de unos minutos el hombre dejó de chupar y adoptó cierta rigidez. Ella vio que la cara se le congestionaba y se ponía rojo como un tomate. En principio pensó en un ataque al corazón y llegó a preocuparse, luego, al notar el desagradable hedor comprendió que el tipo en vez de morirse lo que estaba haciendo era cagarse. También en eso estaba avisada. Dinero, kilos de dinero, toneladas de billetes. Los vio cayendo sobre ella, todo un chaparrón de billetes. Cargó con el hombre hasta una gran mesa y lo dejó encima. Luego se dirigió a uno de los armarios y buscó en su interior. Encontró todo lo necesario para el aseo: pañales, toallas, toallitas húmedas, esponja, gel, polvos de talco, palangana... Lo único que necesitaba era agua caliente. El cuarto de baño estaba detrás de una de las puertas del pasillo. Llenó la palangana con agua templada y regresó a la habitación donde aguardaba el hombre. El olor a mierda copada la estancia y al entrar por su nariz le provocó nauseas. Dinero, dinero, dinero, dinero y más dinero… Dejó la palangana sobre la mesa, se situó frente al hombre y se dispuso a cambiarle el pañal. Le hizo subir las piernas y extendió una toalla debajo. Luego, despegó las tiras adhesivas del pañal y dejó que la parte superior cayese sobre la mesa. Sintió el tufo golpeando su nariz y contuvo el aliento. Dinero, dinero, dinero, dinero, dinero, dinero, dinero… La mayor parte de las heces estaban pegadas al pañal, lo apartó con cuidado de no mancharse las manos y lo arrojó a una papelera. Mojó la esponja en la palangana y limpió los restos. DINERO, DINERO, DINERO, DINERO, DINERO… Cuando terminó, secó la zona concienzudamente con la toalla y le aplicó polvos de talco. El hombre metido en su papel de querubín pataleó alegre con su badajo colgando. Justo cuando se disponía a ponerle un pañal limpio, el hombre aflojó su vejiga y dejó salir un chorro de orina que los mojó a ambos. En eso no estaba avisada.

- Eres un niño malo.

El hombre sonrió y siguió pataleando. Ella regresó al cuarto de baño y sustituyo el agua sucia por otra limpia. De vuelta en la habitación, terminó el aseo del hombre y por fin pudo ponerle el pañal limpio. Lo llevó en brazos hasta la cuna y lo acostó en ella. Lo arropó y meció, rogando para que se quedase dormido. El hombre empezó a llorar. Ella entonó una nana.

No podía dormir.
Me asomé a la ventana.
Estaba la noche friolenta
tejiendo estrellas de lana…

Cantó con esa voz privilegiada que poseía.

…Estaban todas prolijitas
en punto “santa clara”.
La lunaovillo le prestaba
sus hebras color de plata
y el viento atrevido en las
sombras las enredaba…

Inmediatamente el hombre se sintió seducido por la canción y dejó de llorar. Era como escuchar a un ángel en estado de gracia. Cada nota que salía de su garganta era un sonido único y maravilloso.

…El sueño cerraba mis ojos.
Me despedí de la ventana
y me quedé pronto dormida…

Poco a poco el hombre fue quedándose dormido.

…contando estrellas de lana.

Ella respiró aliviada. Su trabajo estaba hecho, había seguido todas las indicaciones al pie de la letra y ya podía irse. Antes pasó por el cuarto de baño para limpiar en la medida de lo posible su camisa meada. Cuando estaba en ello, el hombre se asomó desde la puerta. Se había vestido con un albornoz de seda azul y fumaba de una pipa. Su inesperada presencia la asustó. Él se apresuró a calmarla ofreciéndole una camisa limpia, gesto que ella agradeció con una sonrisa.

- En el aparador del recibidor le he dejado un sobre.

Dicho esto, el hombre hizo una ligera inclinación de cabeza y subió por las escaleras que llevaban al segundo piso. Ella se cambió de camisa y bajó al recibidor. Efectivamente, encima del aparador había un sobre con una frase escrita: “Una voz preciosa”. Abrió el sobre y vio el dinero, mucho más de lo que le habían prometido. Salió de la casa feliz y satisfecha consigo misma. Metió el sobre en su bolso notando el peso de los billetes. Era por eso, y solo por eso, que trabajaba de puta y no de cantante.

® pepe pereza

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