sábado, 16 de julio de 2011

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO

Dormías a mi lado, desnuda, boca arriba y con el pulgar ligeramente apoyado  sobre la comisura de tus labios. Hacía mucho calor, tanto que sólo estábamos tapados con una sábana. La luz de las farolas entraba en el dormitorio a través de las cortinas creando un ambiente de claroscuros. Esa misma luz se reflejaba en tus pómulos y en el contorno de tus pechos dándoles un aspecto marmóreo. Te observé sin poder conciliar el sueño. Sentí unas ganas enormes de coger uno de tus senos, pero temí despertarte. De pronto, farfullaste algo inteligible y te diste media vuelta, quedando de espaldas a mí. A pesar del calor pegaste tu cuerpo al mío. Tuve una erección. Con un movimiento de pelvis acomodé mi polla a las puertas de tu coño. Te pegaste aun más. Por un momento creí que te habías despertado, pero no, seguías profundamente dormida. Permanecí inmóvil en esa postura, notando las sacudidas incontroladas de mi miembro. Luego, poco a poco, comencé a moverme adelante y atrás, frotando nuestros sexos, cada vez más excitado. Seguí con el movimiento de caderas. En una de las embestidas te penetré. Gemiste y ladeaste la cara hacia mí. Me detuve. Seguías dormida. Me di cuenta de que estaba empapado en sudor. Hacía demasiado calor para follar, pero ya puestos decidí llegar hasta el final. Era agradable estar dentro de ti. Puse la mano sobre uno de tus pechos y con las yemas del pulgar y del índice acaricié el contorno del pezón. Se endureció. Entonces dijiste algo que no entendí. Seguí follándote. El sudor me caía por la frente y espalda, cataratas de sudor. Sonreí al pensar en la cara que pondrías cuando te dijera que te había follado mientras dormías. Pensé que durante el desayuno sería un buen momento para confesárselo.
Y de pronto:

- Ernesto… Ernestoooo.

Joder cariño, fue como si me hubieras echado lejía en los ojos, peor que una coz en los cojones, te lo aseguro. Me quedé tan desconcertado que estuve tentado de despertarte para preguntarte quién era ese tal Ernesto. No me atreví, me faltó valor. Me desacoplé de ti y salí de la cama. Me sentía confuso y engañado. Abandoné el dormitorio y entré en el salón. Sin encender la luz me senté en el sofá. Vi que sobre la mesa estaba tu móvil. Toqueteé las teclas indicadas. En la letra “e” de tu agenda solo figuraban Elena García y Elena Gómez, ni rastro de Ernesto. Por un momento me sentí aliviado. Luego caí en la cuenta de que si yo tuviera una amante jamás se me ocurriría guardar su número en la agenda de mi móvil. Me puse más nervioso de lo que ya estaba. ¿Qué podía hacer?... Me encendí un cigarro. Quizás le estaba dando demasiada importancia a un hecho que no dejaba de ser irrelevante. Tan sólo habías pronunciado un nombre en sueños. Sin embargo la sospecha se había instalado en mi interior y no pude hacer otra cosa que preocuparme. Si hubieras dicho ese nombre en otras circunstancias tal vez no le hubiera dado importancia, pero hacerlo justo cuando te estaba follando no dejaba de ser dudoso. ¿Quién era Ernesto? Sólo podía pensar en quién era él y me torturaba una y otra vez con la misma pregunta. Apagué la colilla en el cenicero y regresé al dormitorio. Ocupabas el centro de la cama. La sábana estaba retirada a un lado y tu cuerpo resaltaba con la luz que entraba a través de las cortinas. Parecías una diosa de alabastro. ¿Y sabes qué? Me puse a llorar como un niño. Supongo que intuí que te iba a perder y un sentimiento de tristeza total impulsó las lágrimas. Regresé al sofá. Me acurruqué entre los almohadones e intenté por todos los medios dejar de plantearme la misma pregunta ¿Quién coño era Ernesto?

® pepe pereza
Del libro Amores breves

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya te diré yo quién es Ernesto: MI MARIDO!