jueves, 9 de febrero de 2012

AMOR CANALLA

Antes de despertarme algo me anuncia que va a ser un mal día. En cuanto abro los ojos sé que va a ser un día horrible. Aun no me he levantado de la cama y la mala leche corre por mis venas envenenándome el carácter. Me visto con desgana y antes de salir del dormitorio me digo que tú no tienes la culpa de que yo me haya levantado con el pie izquierdo, que debo ser paciente y tragarme el cabreo como si fuera un mal guiso. Tengo suerte, estás duchándote y dispongo de la cocina para mí solo. Es lo que necesito: soledad y silencio. Si consigo desayunar antes de que salgas del baño quizás consiga aplacar este mosqueo monumental con el que me he levantado. Apareces cuando estoy delante del microondas esperando a que se caliente el café. Estás radiante y llena de energías. Me abordas con un torrente de palabras que soy incapaz de asimilar. Asiento a todo lo que dices con la esperanza de que el microondas termine cuanto antes el ciclo de calentado. Hablas y hablas sin parar. Me estalla la cabeza, pero sigo asintiendo como un catatónico. A través del cristal ahumado del microondas veo girar la taza que tanto ansío. Tú sigues con tu interminable cháchara. Sé que pronto te irás a trabajar. Aguanta, me digo. Sólo unos minutos más y podré disponer de todo el silencio de la casa. Por fin suena el timbre que anuncia el fin de la secuencia de calentado. Saco la taza del condenado aparato y bebo un trago, noto como el líquido candente baja por el esófago y llega al estómago, abrasándomelo. Tú dale que dale a la lengua, construyendo frases a destajo, palabras y más palabras que me escuecen en los oídos. Te veo mirar el reloj. Ya falta poco, no obstante apuras el momento y sigues con tu endiablado monólogo, machacándome los tímpanos. Sé que estoy a punto de saltar, que como no te vayas pronto voy a explotar. Aguanta, me repito, un poco más y lo habrás conseguido. Soplo sobre el café, quiero que se enfríe para poder beber un trago más, soy un yonqui que necesita cafeína pero a cambio recibo una sobredosis de palabras. Blablablablablabla… Bebo y me quemo por dentro, cualquier cosa que me distraiga del parloteo, prefiero abrasarme las entrañas que levantar la voz y como consecuencia tengamos una discusión. Pero cariño, si sigues así no sé si podré aguantar. ¿Por qué no eres de las que calla por las mañanas? El silencio es tan necesario por las mañanas que debería ser obligatorio, alguien debería redactar una ley que prohíba hablar antes del desayuno. ¿De dónde sacas todas esas palabras? Son interminables, infinitas, duelen, no por su significado sino por su abundancia. Ahora soy yo quien mira el reloj. Ya deberías haberte ido, pese a ello sigues alargando tu parlamento. Quiero ordenarte callar, decirte que cierres la boca de una puta vez, pero eso empeoraría las cosas. Aguanta, cuenta hasta diez y toma aíre. Es cuestión de dejar pasar unos minutos, unos pocos minutos más y entonces te habrás ido. Termino el café. Tú sigues impertérrita, como una fuente que en vez de agua suelta un chorro continuo de palabrería. ¿Qué ha sucedido en este intervalo de sueño para que tengas tanto que contarme? No lo entiendo, no quiero entender ninguna de tus palabras, lo único que quiero es silencio y soledad. Vete ya, llegarás tarde. Vete antes de que te mande callar. Evítanos una bronca de la luego tengamos que arrepentirnos. Tal vez debería prepararme otro café, de esa forma estaré ocupado en algo y me ayudará a pasar esos minutos que faltan para que te vayas. Me pongo a ello, echo azúcar y café instantáneo, lleno la taza con leche de soja y la meto en el microondas. Blablablablablablablabla… Joder, ten piedad de mí. Cariño, no tientes a la suerte. La adrenalina está ahí, la noto tensando mis músculos y tendones, la siento subir por las vertebras. Voy a explotar, lo sé, cogeré cualquiera de esos cacharros y lo estamparé contra la pared, gritaré exigiendo silencio y a partir de ahí… a partir de ahí no sé qué puede pasar. Así que, cariño, por lo que más quieras, acaba de una vez y vete, déjame solo, por favor. Pero no, aquí sigues rajando como un locutor colocado de cocaína. Maldita sea, no puedo más. Añade otra puta palabra y dejaré salir a la bestia, daré rienda suelta al cabreo que aprisiono. Al momento te quedas muda mirando el reloj y te escandalizas de lo tarde que es. Dejas un beso en el aire y sales corriendo de la cocina. Ha estado cerca, muy cerca. Oigo cerrarse la puerta principal y al fin puedo relajarme. Disfruto de mi recién adquirida soledad y del silencio reinante, así hasta que el timbre del microondas me anuncia que puedo acceder a mi segundo café.

® pepe pereza (del libro Amor canalla)

3 comentarios:

Janial dijo...

Muy bueno. Por un momento temí que fuera día festivo.

Bruja Roja 62 dijo...

Yo quiero comprarme tu libro Amor Canalla! pero estoy taaan lejos!

Bruja Roja 62 dijo...

Yo quiero comprarme tu libro Amor Canalla! pero estoy taaan lejos!