viernes, 3 de febrero de 2012

EL TIEMPO DE LOS ASESINOS (IV) – G.I. GURDJIEFF POR VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ PARA LA REVISTA AGITADORAS Nº30.

El Tiempo de los Asesinos (IV) - G.I. Gurdjieff: Buscador de la Verdad Absoluta
Vicente Muñoz
Me propongo dar al conjunto de mis ideas una forma accesible a todos, con la esperanza de que puedan servir como elemento constructivo y preparar el consciente de la criaturas, mis semejantes, a la edificación de un mundo nuevo en lugar de este mundo ilusorio que representan nuestros contemporáneos.

G.I.Gurdjieff, Encuentros con hombres notables.

Hacia 1877 (la fecha exacta de su nacimiento no es precisa) viene al mundo en Alexandropol George Ivanovitch Gurdjieff, uno de los personajes más enigmáticos y controvertidos del espiritismo moderno, y autor, entre otros, de un portentoso libro titulado Encuentros con hombres notables.
Por sí sola, la biografía de Gurdjieff es lo bastante atractiva como para justificar, al margen de su obra, todo tipo de reseñas y estudios: arqueólogo, pastor, médium, músico, escritor, hipnotista, fundador de religiones y sectas, teósofo, estraperlista, sexólogo, vidente, charlatán, profeta, embaucador... Las etiquetas que podemos utilizar para referirnos a él son, sin exageración alguna, prácticamente inumerables. Y ello porque Gurdijieff es uno de esos inclasificlabes seres (muy al estilo de Rasputín o Aleister Cronwell, por citar algún ejemplo) sobre los que la crítica y la opinión pública no han logrado nunca mostrarse de acuerdo: para unos incuestionables genios, para otros redomados impostores.
Simplificando las cosas, cabría estructurar la vida de Gurdjieff en dos grandes períodos: el de aprendizaje y búsqueda de la Verdad (que se prolonga, aproximadamente, hasta sus cuarenta años) y el de enseñanza y transmisión posterior de su doctrina.
Durante el primero Gurdjieff viaja incansable a Oriente, frecuenta monasterios y lugares santos, accede a libros sagrados y excava en milenarias ruinas en busca de lo que él llama el auténtico conocimiento esotérico tradicional.
Todo ello para fundar tiempo despúes, junto a un puñado de fieles, elInstituto para el Desarrollo Armónico del Hombre y transmitir su enseñanza a Occidente.
A tal fin, los Buscadores de la Verdad se instalan en una suntuosa mansión cercana a París (el Prieuré des Basses Loges) y empiezan a desarrollar un programa docente que incluye, entre otras cosas, ejercicios mentales y físicos, danzas exóticas, sesiones nudistas y grandes banquetes como medio de alterar la atrofiada conciencia del hombre europeo. Una enseñaza cuyo objetivo inmediato es liberarle de sus ataduras socioculturales y concienciarle, para evitar la mecanización que estas conllevan, de la diversificación e imprevisibilidad de sus actos.
La comunidad se nutre básicamente de las aportaciones de simpatizantes adinerados y famosos (Katherine Mansfield, entre otros) que, atraídos por el aura del maestro, se somenten dócilmente a todo tipo de experiencias psíquicas.
Así hasta que en 1924 Gurdjieff, tras un aparatoso accidente de coche, decide dar un paso más en su enseñanza registrando por escrito su particular pensamiento.
De este modo nacen los incomprensibles Relatos de Belcebú a su nieto, una obra densa y oscura con la que pretende extirpar las creencias y opiniones arraigadas en el psiquismo de los hombres acerca de todo cuanto existe en el mundo, como paso previo a su posterior liberación de espíritu.
Sin embargo, una vez terminados y analizados en profundidad, Gurdjieff llega a la conclusión de que estos Relatos, pese a su hermoso y original simbolismo, no son el instrumento adecuado para transmitir al público en general su doctrina; adolecen de un hermetismo accesible sólo a iniciados y precisan, por tanto, de una indispensable labor de exégesis.
Sólo en su siguiente libro: Encuentros con hombres notables, Gurdjieff alcanza ese equilibrio entre lo real y lo mágico, entre lo filosófico y lo coloquial, que suele caracterizar al genio; ese modo polivalente de expresión (se me ocurre, sin ir más lejos, nuestro universal Quijote), capaz de subyugar a los más diversos lectores ofreciéndoles claves y significados de muy distinta interpretación, pero de igual fuerza emotiva.
A caballo entre la novela de aventuras (en la línea de Kipling o Stevenson) y el tratado ontológico, entre la enseñanza teosófica y el relato fantástico, Encuentros con hombres notables perfila el itinerario de aprendizaje moral de Gurdjieff, encarnado en las enseñanzas de sus diversos maestros y amigos: Karpenko, Ielov, Bogatchevsky, Pogossian...
Pero este libro (de ahí su doble atractivo) no es sólamente un compedio de viajes y aventuras al uso. Más bien cabría definirlo como un tratado sobre los misterios de alma y como un modo simplificado de acceso al pensamiento gurdjieffiano.
Y es así, para simplificar tal enseñanza, como en sus deslumbrantes páginas los Buscadores de la Verdad excavan en templos en ruinas, visitan monasterios perdidos, se entrevistan con santones y lamas, recorren países, estudian legajos y mapas y se demoran una y mil veces en la saludable labor de encontrar respuesta a los muchos interrogantes humanos.
Un relato, en definitiva, lleno de imaginación e ingenio, que todo espíritu inquieto no debería dejar de leer.
El resto de su vida, hasta su fallecimiento en 1948, Gurdjieff lo invierte en la traducción, difusión y posterior edición de su obra, y en el no menos extravagante oficio (dadas las técnicas poco ortodoxas que solía aplicar) de mantener en pie su Instituto.

Ángel o demonio, negociante o filósofo, iluminado o simplemente un impostor, Gurdjieff fue sin duda alguna un hombre brillante, un auténtico hombre notable, empeñado en el humilde oficio de despertar a Occidente y cambiar la esencia del mundo.

Algo que, desde este nuevo y banalizado milenio, muchos seguimos aún esperando.