Estaba conduciendo por la autopista cuando me invadió un intenso sentimiento de tristeza. Sin más mis ojos se llenaron de lágrimas que desenfocaron la visión de la carretera. Me las sequé con el dorso de la mano y traté de averiguar el motivo de mi desánimo. Indagué en mi interior. No encontré nada que fuera digno del abatimiento que sentía. No era normal que un sentimiento me afectara tanto, y más sin tener un porqué. Me di cuenta de que iba demasiado rápido y aflojé el acelerador, de ciento sesenta bajé a ciento diez kilómetros por hora. No era cuestión de perder el control por un insensato sentimiento que no tenía razón de ser. Apagué el cigarro en el cenicero y entonces tuve una premonición. Supe que mi tristeza se debía a que de un momento a otro iba a tener un accidente mortal.
[Fragmento del relato “Atrapado”]
Cortado y pegado del blog de José Ángel Barrueco
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