Esta casa se
degrada día a día. Su decadencia me arrastra y avergüenza. La antigüedad de sus
paredes hace que me sienta tan gastado como ellas. Estos sucios tabiques son el
espejo que refleja mi propio fracaso. Estos muros impregnados de mugre y frustración
son el nicho en el que me cobijo. Aquí se siente el frío intenso en invierno y
el bochorno insoportable en verano. Es una casa vieja, destartalada, que un
amigo me prestó para que viviese en ella hasta que encontrase algo mejor. De
eso hace cuatro años. La vivienda está ubicada en el segundo piso del edificio nº1
de la calle Oviedo. Un inmueble de tres plantas que está cerca de la estación
de autobuses. El piso no tiene agua caliente ni calefacción. Carece de ducha y
de cualquiera de las comodidades que posee una casa normal. No me quejo, no
pago alquiler y solo por eso merece la pena aguantar las penurias. Me vine aquí
con la intención de formarme como escritor. Aparte de unos cuantos relatos, lo
único que he hecho en todo este tiempo es vaguear y colocarme. Miro a mi
alrededor y me deprimo. Necesito salir de aquí. Con el sol dando de lleno en
las paredes quedan en evidencia las grietas, los desconchones, las manchas de
nicotina y las huellas secas de humedad. Cómo no me voy a deprimir si vivo en
una pocilga. No pienses, relájate y fuma tranquilo. El humo plantea incógnitas
y espirales. La podredumbre que me rodea se me clava en las pupilas como
aguijones venenosos. Dar una vuelta me vendría bien. Salir y tomar el sol. Un
paseo por la orilla del río. Tumbarme en el césped quizás. Me asomo a la
ventana. El sol luce bonito. Venga, quítate el polvo de encima y sal a
respirar. Sigo fumando, ajeno a la rotación del mundo. De nada sirve encerrarme
si las palabras no acuden. Por otro lado, qué se me ha perdido ahí afuera. No
me gusta la gente ni el mundo en el que vivo. Es más, si tuviera un botón que
al presionarlo el planeta entero se fuera al carajo, puedo asegurar que la
mayoría de los días, por no decir todos, apretaría dicho botón. Aunque puede
que saliendo de este encierro vea las cosas con otra perspectiva. Pero sé que
lo que busco solo lo voy a encontrar dentro de mí. Muy dentro. En las
profundidades de mi ser. Llegar tan hondo, tan abajo, requiere de un día, de
una semana, a veces incluso de más tiempo. Para ello necesito aislarme de todo,
escapar de la realidad, entrar en una especie de trance controlado. Arañar,
escarbar y hurgar. Meter la mano dentro y arrancar los sentimientos como si
fueran las vísceras de un pescado. Tengo que desnudarme de máscaras y drogarme
hasta el punto de caer en un sopor comatoso. Ahora mismo, estoy cansado de
mirarme las entrañas y ver solamente el color de la hiel. Es triste pasar las
horas, los días, los meses, incluso años delante de un papel en blanco,
desperdiciando una vida entera en ello. ® pepe pereza
En un manicomio de lunáticas
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Hace 16 minutos
2 comentarios:
Pepe llegas desde y hasta lo más hondo, el sentimiento late sordo bombeando pasión contenida. Me gusta
Dicen que hay que ser feliz para crear, que el orden y la limpieza son necesarios para producir la materia que arde en los hornos del alma, Que solo cuando tu entorno esta asegurado puedes expandirte mas allá de la mera supervivencia para volar en las corrientes del arte. Dicen.
Hay dos razones para que la hoja se mantenga virgen en el tiempo.
Interior vacío y miedo.
Una casa sin alquiler podría ser un castillo. O no. Depende del inquilino.
Un buen relato.
Atentamente Johnson ULises.
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