miércoles, 20 de mayo de 2009

LA HIJA

Desde niña, Mercedes supo que convertirse en madre sería una máxima en su vida. Cómo era soltera, se sometió a varias sesiones de inseminación artificial hasta que tuvo éxito. Embarazada de cinco meses, se sentía feliz porque en apenas cuatro, sería madre de una niña. Tenía pensado llamarla Azucena porque era un nombre dulce que siempre le había gustado. “Incluso si lo gritas, suena como un susurro.” Solía decir. Tenía todo preparado para cuando llegase Azucena. Había decorado la mejor habitación de la casa con motivos infantiles y muchas flores de colores. En el centro, había instalado una preciosa cuna con sabanas y colcha a juego con las paredes. Armarios y cajones rebosaban ropita de bebé, pañales, juguetes y colonias suaves. Pero una mañana despertó y comprobó con espanto al apartar el edredón, que yacía sobre un enorme charco de sangre. Los médicos le extirparon todo lo que el aborto había dañado. La vaciaron de órganos, vísceras y sentimientos. No podría dar a luz ya nunca jamás…
Habían pasado tres meses de la tragedia y aún no se había recuperado. La depresión y el frío sentimiento de vacío interior la mantenían en un estado lamentable. Nada le importaba. Dejaba pasar los días como si no fueran con ella. Una tarde que estaba paseando, se detuvo delante de un escaparate del centro comercial y se quedo mirando la ropita de bebé expuesta en su interior. Las lágrimas hicieron acto de presencia. Se las secó con un clínex y mientras lo hacía, descubrió su reflejo en el cristal. Parecía un fantasma del pasado, alguien a quien había conocido y olvidado. Estaba tan desmejorada que ni se reconocía. Siguió caminando sin rumbo. Llegó al supermercado y entró. Se arrastró por los lineales tratando de olvidar sus penas. Una mujer con un cochecito de bebé la adelantó. Un impulso irrefrenable la obligo a seguirla. La persiguió por todo el supermercado hasta que la mujer se separó del cochecito unos pocos metros para comprobar el precio de unos forros polares que estaban expuestos, más allá, en un perchero circular. Esa era la oportunidad que Mercedes estaba esperando. No se lo pensó y se fue directamente hacia el cochecito. Cogió en brazos al bebé y se dirigió a la salida. Nadie la detuvo. Siguió caminando por el aparcamiento sin volver la vista atrás. Llegó a su coche, lo abrió y entró. El bebé la miraba con los ojos muy abiertos y una sonrisa que sobresalía tras el chupete. Mercedes comprobó con agrado que en sus orejitas llevaba unos pequeños pendientes de oro. Evidentemente era una niña.

- Te llamaré Azucena. – dijo con voz suave.

La acomodó en la parte de atrás, accionó el contacto y abandonó el aparcamiento.

6 comentarios:

CARLA BADILLO CORONADO dijo...

Uff!! apenas acabé de leerlo, la pantalla se inundó con los ojos desorbitados de Mercedes.

el que aplaude dijo...

una historia muy dura.
un placer leerte siempre,
un saludo
velpister

Begoña Leonardo dijo...

Me duelen las dos madres, la dos pierden, tiene que ser horrible sobrevivir a situaciones como estas. Como madre inagínate me has tocado lo más sagrado...

Me ha encantado como has ido plasmando los sentimientos de esta mujer, rota y desesperada que comete semejante locura.

Besos suaves.

pepe pereza dijo...

Gracias a los tres por la visita.
un abrazo a cada uno de vosotros.

CARLA BADILLO CORONADO dijo...

sólo un abrazo?... yo que quería mi beso narcótico, jaja.
ok. un abrazo amigo bello.

pepe pereza dijo...

CARla, bonita, para ti tengo trillones de besos, todos ellos narcóticos.