martes, 9 de febrero de 2010

PÉGAME

Ella montaba sobre él desbocada, echándose hacia atrás, gimiendo y gritando. Él se dejaba hacer, disfrutando de las embestidas de su compañera. Con la pasión que ella estaba poniendo aquello no iba a durar mucho. Ambos estaban preparados y dispuestos para el tramo final. Entonces ocurrió algo que lo dejó desconcertado.

- Hazme daño, por favor… Insúltame. – pidió ella.

Era la primera vez que ella le pedía una cosa así mientras follaban. ¿Hacerle daño? ¿Cómo? ¿Por qué? Decenas de preguntas se atascaron en su cabeza. Se sintió como un niño que no sabe el camino de vuelta a casa.

- Hazme daño.- insistió ella.
- ¿Cómo?
- Pégame.
- ¿Dónde?
- En el culo.

Él extendió su mano y con la palma abierta golpeó sus nalgas.

- Más fuerte. – pidió ella.

Él golpeó con más fuerza. Aquello empezaba a no gustarle.

- Más fuerte.
- Por favor, no me pidas eso.
- (Rogándoselo) Pégame, pégame.

Parecía que se hubiese vuelto loca, movía la pelvis como si fuera un tren de alta velocidad. Le clavó las uñas en el pecho y echó la cabeza hacia atrás.

- Joder, tía. Eso duele.
- Fóllame como a una puta.
- Nunca he follado con ninguna.
- No hables, sólo pégame.

Él extendió su mano y golpeó con fuerza sus nalgas. Por fin, ella llegó al orgasmo y se le desplomó encima. Sudaba por todos sus poros, su pelo estaba mojado y tenía una sonrisa exagerada.

- Ha sido genial. De los mejores. – reconoció ella.

Él no sabía muy bien que contestar. Por un lado se alegraba de que aquello hubiese acabado y por otro se sentía insatisfecho por no haber alcanzado el orgasmo. Estaba confundido, muy confundido. Tuvo ganas de preguntarle cosas, pero en su cabeza todo era un lío. Ella se echó a un lado, cogió el paquete de cigarrillos, se encendió uno y cuando le hubo dado unas caladas se lo pasó a él. Entonces, ella vió los arañazos del pecho.

- Cariño, si estás sangrando.
- Culpa tuya.
- Ya lo siento, pero es que cuando me follas así me vuelvo loca.
- Voy al baño. – dijo él devolviéndole el cigarro.

Se levantó de la cama, salió del dormitorio y se encerró en el baño. Aun tenía la polla tiesa. Miró su erección reflejada en el espejo y comenzó a masturbarse. Se imaginó follando con ella y que ella le pedía que la pegara. Él obedecía y golpeaba sus nalgas con fuerza. Se imaginó que le decía que la pegara más fuerte y él así lo hizo. Finalmente llegó al orgasmo y eyaculó en el lavabo. Se lavó y esperó a que su polla se desinflara. Luego regresó al dormitorio. Se tumbó en la cama junto a ella y le dió un buen cachete en el culo.

- ¡Ay! – se quejó ella mirándole con extrañeza.

Él cogió el paquete de tabaco y se encendió un cigarro.

- ¿Echamos otro? – preguntó ella.
- Déjame recuperarme. – contestó él.

Consideró que sus dudas se habían ido por el desagüe del lavabo, junto con el esperma. De pronto, el cigarrillo le supo a gloria bendita y se sintió realmente a gusto.

6 comentarios:

Mercedes Pinto dijo...

Es un relato fuerte, y bien escrito, como siempre. A mí me hace preguntarme ¿dónde está la línea que separa el placer del dolor? Confundirla ¿no es demasiado peligroso? No siempre es posible controlar hasta donde queremos llegar. Me has hecho pensar, y eso es bueno.
Un abrazo.

Sara Royo dijo...

Los gustos de cada cual son muy particulares. :)
Besicos.

jens peter jensen silva dijo...

este ya lo había leído, no?
Es muy bueno.
un abrazo de tu colega
peter

Anónimo dijo...

Pepe , ya lo habia leido pero leerlo de nuevo es un placer, muy bueno, sigo pensando que es un relato muy bueno.

Un abrazo

Luisa dijo...

Muy bueno.
Llama a la reflexión. La duda se hace un nudo.

Un beso.

Ico dijo...

En cuestión de gustos.. no hay nada escrito... eliminaría ( bajo mi humilde opinión) la frase " cualquier otro hubiera estado encantado con una petición así" no es mucho imaginar? un beso..