
Definitivamente no le agradaban las holguras que notaba a los lados del colchón, ni la frialdad de los barrotes de hierro. Tampoco le gustaba la oscuridad. Ni el armario. Tenía ojos. Eran enormes y profundos.
A la hora de dormir, su hermana mayor le daba las buenas noches con un besito en la frente y a Katy, su muñeca preferida, de suave algodón y pelo de lana, y apagaba la luz. Era cuando el miedo movía su mundo. Pero no era un miedo racional hacia lo desconocido. Era un terror absoluto hacia lo oculto; lo fantasmagórico. Su corazón de quince meses se encogía cuando las sombras comenzaban a bailar. Ascendían por la pared hasta llegar a la estantería de los juguetes. Las muñecas surgían amenazantes, dispuestas a salir andando si ella dejaba de vigilarlas. Mirara donde mirase, ellas estaban allí, al acecho, esperando a que cerrara los ojos para llevársela. Por eso Lucía no dormía y por eso arrojaba a Katy a través de los barrotes, esperando que con ello, aquellas vengativas aceptaran su tributo y dejaran de hostigarla con sus crueles vocecillas. Y es que a pesar de su corta edad, Lucía sabía que las almas de los niños que se extraviaban de camino al limbo, se escondían dentro de los cuerpos de cartón piedra en busca del calor maternal que las niñas daban a sus muñecas. Y por culpa de su vecina, ahora, la casa nueva estaba llenita de Mariquitas Pérez.
Copyright: Luisa Fernández
Publicado por Luisa en http://tierras-de-alquimia.blogspot.com/
1 comentario:
Muchas gracias, majete.
Me gusta más la foto que has elegido tú.
Un beso.
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