jueves, 10 de febrero de 2011

LA HIJA

Desde niña, Mercedes supo que convertirse en madre sería una máxima en su vida. Cómo era soltera, se sometió a varias sesiones de inseminación artificial hasta que tuvo éxito. Embarazada de cinco meses, se sentía feliz porque en apenas cuatro, sería madre de una niña. Tenía pensado llamarla Azucena porque era un nombre dulce que siempre le había gustado. Incluso si lo gritas, suena como un susurro. - solía decir. Tenía todo preparado para cuando llegase su hija. Había decorado la mejor habitación de la casa con motivos infantiles y muchas flores de colores, sobre todo azucenas. En el centro, había instalado una preciosa cuna con sabanas y colcha a juego con las paredes. Los armarios y cajones rebosaban ropita de bebé, pañales, juguetes y colonias suaves. Pero una mañana despertó y al apartar el edredón comprobó con espanto que yacía sobre un enorme charco de sangre. Los médicos le extirparon todo lo que el aborto había dañado. La vaciaron de órganos, vísceras y sentimientos. No podría dar a luz nunca jamás…
Habían pasado tres meses de la tragedia y aún no se había recuperado. La depresión y el frío sentimiento de vacío interior la mantenían en un estado lamentable. Nada le importaba. Dejaba pasar los días como si no fueran con ella. Una tarde que estaba paseando, se detuvo delante de un escaparate del centro comercial y se quedó mirando la ropita de bebé que estaba expuesta. Las lágrimas hicieron acto de presencia. Se las secó con un clínex y mientras lo hacía, descubrió su reflejo en el cristal. Parecía un fantasma del pasado, alguien a quien había conocido y olvidado. Estaba tan desmejorada que ni se reconocía. Siguió caminando sin rumbo. Llegó a la puerta del supermercado y entró. Se arrastró por la tienda tratando de olvidar sus penas. Una mujer con un cochecito de bebé la adelantó. Un impulso irrefrenable la obligo a seguirla. La persiguió por todo el supermercado. La mujer se separó del cochecito unos pocos metros para comprobar el precio de unos forros polares que estaban expuestos en un perchero circular. Esa era la oportunidad que Mercedes estaba esperando. No se lo pensó y se fue directamente hacia el cochecito. Cogió al bebé en brazos y se dirigió a la salida. Nadie la detuvo. Siguió caminando por el aparcamiento sin volver la vista atrás. Llegó a su coche, lo abrió y entró. El bebé la miraba con los ojos muy abiertos. Mercedes comprobó con agrado que en sus orejitas llevaba unos pequeños pendientes de oro. Evidentemente era una niña.

- Te llamaré Azucena – dijo con voz suave.

La acomodó en la parte de atrás, accionó el contacto y abandonó el aparcamiento.

®pepe pereza

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