viernes, 2 de diciembre de 2011

6 - MJ ROMERO

La ciudad se expande, cada día es más invasiva. La ciudad entra por nuestras ventanas y la respiramos. Es como una nube radioactiva. Cada día hay más coches muertos. Es una ciudad desguace. Solo queda algún camión de basura y alguna ambulancia destartalada.
Marcaremos los límites. Cruces o aspas que moverá el viento. Con la llegada de los últimos estorninos se ha agotada la paciencia. El cartel de bienvenida lo dice muy claro. No se admiten más estorninos. La misma frase se reproduce traducida a varios idiomas. Hasta los niños lo entienden. Yo soy un niño -dicen con miedo cuando te encuentras a algún niño por la calle-, solo soy un niño. A veces los niños pasean a sus perros. Y los perros olfatean el miedo y lo traducen. Solo soy un perro paseado por su niño, eso ladra el miedo de los perros de la ciudad.
La ciudad vive rodeada de cámaras. Nadie quiere perderse su crecimiento, su mutación en cementerio desguace. Por eso siguen llegando estorninos. Llegan del norte y del sur, mientras la ciudad crece hacia el este y el oeste.
Al final la ciudad será una línea horizontal. La línea del horizonte. Casi todos quieren tener un horizonte ante sus ojos y dirigirse hacia él, así lo traducen los estorninos que vuelan sobre la ciudad.

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