Mi nombre es María, aunque me suelen llamar Camelia. Pero cuando más divierto a la gente es al responderles que me llamo Marica. Todos se ríen entonces y yo vuelvo a repetir: me llamo Marica, me llamo Marica. Desde pequeña lo que más me emociona del mundo mundial son las flores, los colores preciosos de las flores, el olor de las flores, incluso el sabor de las flores, tan espeso y tan dulzón. Allá en el pueblo, en Astudillo, las flores olían que daba mucho gusto. Ahora no. Me da a mí que huelen a muerte. Yo trabajo en Flores Muñoz. Me dicen en casa que diga que la tienda donde limpio las basuras, hago los recados, llevo los pedidos y demás, medirá aproximadamente unos 60 m². A los dueños aún no los conozco. De aquella, los rosales de Delia eran los mejores. Una vez me puse delante de una rosa rosa que olía tan estupendamente rico que me la quise meter por la nariz, enterita, con tan mala suerte que perdí la consciencia antes de concluir la operación. Cuando recuperé el sentido, unos niños y unos perros meaban la mar de contentos sobre mí. Yo no les había hecho nada. Alguna piedra, algún insulto de poca monta, pero nada importante creo yo. Ellos eran malos, cada poco me meaban. En el pueblo la gente no es que fuera mala, es que no me quería. Simplemente. Aquí sí, en Badalona. Trabajo mucho, mucho. En casa dicen que es mejor así, para mantenerme ocupada y entretenida todo el rato y todo eso. Los del periódico de Granollers dicen que ya está bien, que ya va siendo hora que pongamos a los españoles en su sitio. En la picota, según ellos. Por lo cual pretenden que escriba esta Carta al Director con el conveniente lujo de detalles. Yo no sé nada, pero sí recuerdo vagamente que aquel día me enviaron con el Jordi al Palacio de Penales a entregar una pila de jazmines. Yo acostumbro a hacer lo que me mandan. Que me obligan a ir a aquel lugar, pues a aquel lugar que me marcho como una exhalación. Que me obligan a que me quede detrás del mostrador para despachar floreros y tapetes, pues ahí me las den todas. Que me obligan a que vaya al tanatorio a llevar unos centros hermosos para el difunto de última hora, pues ya estoy allí, pitando. Las flores ahora no huelen. En el pueblo, en Ayamonte, vaya que si olían, las rosas de Delia sobre todo. Ahora las flores huelen a muerte o, como mucho, a enfermedades contagiosas. A lo mejor es por mi culpa, por lo que no huelo nada, porque estoy siempre constipada y me está pingando siempre la nariz. Un asco estos mocos que no cesan. En casa dicen que haga memoria y que cuente las cosas tal como pasaron y que escriba sin faltas. Pienso yo que eso va a ser difícil. Lo que mejor se me da es poner los puntos detrás de las palabras. Un punto detrás de cada una, que no se me escape ni una sola palabra sin su punto. Las comas no, las comas son terribles. Bueno, yo hago lo que puedo. Siempre he hecho las cosas lo mejor que he sabido y por eso los del periódico de Granollers quieren que insista en lo del abrazo de aquel señor de oscuro tan amable y cariñoso. Mi hermana y yo dormimos en la habitación de dos camas que da a la rotonda. Mi hermana es más normal. Lo único que la diferencia de los demás humanos es que no se pone otro vestido que no sea uno blanco. Y las bragas también tienen que ser blancas, todo blanco. Así llega a casa la pobre como llega. Mi madre no sabe qué hacer con nosotras. Es lo que grita por las noches, no todas las noches, pero sí bastantes noches. Mi madre me quiere a pesar de que yo sea muy mayor y no hayan conseguido hacer carrera conmigo. Con mi hermana tampoco han conseguido grandes cosas, le contesto yo. Mi madre llora amargamente por las noches. Mis niños ya no lloran como lloraban antes, cuando eran más pequeños. Se conoce que ya se han ido acostumbrando a lo que hay. Bueno, el Jordi y yo dejamos amontonadas las cajas con las flores blancas en el recibidor de aquella casa enorme y volvimos a la furgoneta a terminarnos de comer el bocadillo. El Jordi y yo acostumbramos a abrazarnos por la tarde, al acabar de repartir. En casa dicen que el Jordi es muy vicioso y que le gusta tontear. Los del periódico de Granollers dicen que el presidente ese no debería venir para nada a darse aires de grandeza. Y que los españoles tendrán lo suyo un día, que la independencia se palpa a cada paso que das, que qué jodidos charnegos descalabrando nuestro país de esta manera, que esto se va a acabar muy pronto. Pero que muy pronto, dicen, dicen. La verdad es que yo estaba colocando en los jarrones el género tal como se me había enseñado semanas atrás, cuando ocurrió el percance. En casa dicen que diga que no me he calzado tacones nada más que una vez. Y fue en los carnavales de hace muchísimos años, en el pueblo. En Portugalete. Pues estaba colocando por allí jazmines y más jazmines, tarareando la canción de Chenoa, todo irá bien, que es la única que me conozco de memoria, cuando me dio el vahído. Casi todas las semanas tengo una crisis de esas pero enseguida se me pasa. Me caí de bruces y rompí las cajas y debí de meter más ruido que yo qué sé. Entonces se me acercó el señor presidente y me cogió del brazo con ternura y me dijo si necesitaba ayuda o algo así. Pero yo ya había llegado al limbo de los justos hacía unos minutos. Después no pararon hasta conseguir meterme en uno de esos coches negros para llevarme al hospital de San Pablo, rígida como un palo de varear manzanas. Los del periódico de Granollers dicen que el presidente abusó de mí de mala manera. O que lo intentó. Que lo denuncie en este escrito con claridad. Yo no recuerdo nada. También es verdad que a los pocos días se me empezaron a crecer los pechos y la tripa una barbaridad. Y mi madre dando gritos por las mañanas y por las noches: que si bobalicona, que si puta. Y yo lloraba y mi hermana también lloraba cada poco. Y fue terrible todo, creo. Los del periódico de Granollers dicen que aunque yo no sepa pronunciar correctamente ni bona nit ni adeu, dicen que fue él, que no puede haber duda ninguna. Que es él el padre de mi hijo mayor Gonzalo. También tengo otro retoño, con el presidente de la Generalidad, que se llama David María. Pero los del periódico de Granollers no me dejan contarlo, cucos que son ellos...
María Camelia Ortiz González/DNI 4272013314 C
LUIS MIGUEL RABANAL
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