sábado, 16 de febrero de 2013

LA ACTUACIÓN

La actuación estaba programada para las doce del mediodía, por eso nos habíamos citado tan temprano. Yo no había dormido y llegaba de empalmada. Me había pasado la noche esnifando speed y bebiendo cervezas con unos amigos. De ahí me fui directamente al lugar donde había quedado con Fernando, mi socio, y Jacinto, el técnico de sonido. Ambos se retrasaban ya diez minutos de la hora convenida. Me extrañó ya que normalmente era yo el que llegaba tarde. A pesar de no haber dormido no me sentía cansado, el speed ocultaba el exceso de cervezas y la falta de sueño. Me encendí un cigarro y seguí atento a la carretera por si llegaba la furgoneta. Me hubiera gustado darme una ducha pero apuré todo el tiempo en el bar de un colega que, a puerta cerrada, servía cerveza gratis al pequeño grupo que allí nos habíamos reunido, y entre cerveza y raya de speed el tiempo voló tan deprisa que cuando quise darme cuenta ya había amanecido.
Fernando y Jacinto llegaron con veinte minutos de retraso. Se disculparon alegando que tuvieron que parar a echar gasolina. Una vez reunidos, Jacinto condujo hasta las afueras de la ciudad, después tomamos la circunvalación para dirigirnos al polígono industrial donde estaba la fábrica en la que tendría lugar la actuación. Según explicó Fernando, la empresa celebraba el centenario de su inauguración, por ese motivo nos habían contratado. Teníamos que entretener a los hijos de los obreros con una actuación de payasos. Nosotros no nos dedicábamos a esa rama de la interpretación, más bien todo lo contrario, solíamos actuar en pubs nocturnos para un público adulto, pero dado que no teníamos contratos pendientes decidimos montar unos sketchs infantiles y aceptar la oferta de los de la fábrica.
Llegamos al polígono industrial. Ninguno sabíamos dónde estaba ubicada la empresa. Al ser domingo todo estaba cerrado y no había a quién preguntar. Las avenidas se parecían mucho las unas a las otras y eso dificultaba aun más la búsqueda.  Después de unos minutos circulando nos dimos cuenta de que nos habíamos perdido. Afortunadamente al girar por una de las calles vimos un recinto donde estaban aparcados varios coches.

-        Seguro que es ahí.

Efectivamente. Un operario de la fábrica salió a recibirnos. Luego nos abrió una puerta metálica para que metiésemos la furgoneta y pudiésemos acceder al lugar que habían destinado para la representación. El patio era bastante amplio y sin atisbo de sombra. En el fondo habían montado un escenario con tarimas de madera que se elevaba un metro del suelo y delante tenían dispuestas varias hileras con sillas de madera. Pasaban de las diez y media. Sólo teníamos hora y media para montarlo todo, así que nos pusimos manos a la obra. Lo primero que hicimos fue descargar la furgoneta. Luego, mientras Fernando y yo montábamos la escenografía, Jacinto se ocupó del equipo de sonido. El speed aún corría por mis venas y trabajé duro, sin importarme el esfuerzo y el exceso de sol. Cuando terminamos todos estábamos empapados en sudor.
Las once y media. Fernando y yo apenas teníamos media hora para vestirnos y maquillarnos. Nos dirigimos al vestuario siguiendo las indicaciones dadas por el operario que anteriormente nos había recibido. Tuvimos que atravesar una siniestra lonja, iluminada por el sol que entraba por las claraboyas del techo. El lugar me pareció deprimente, no pude imaginarme lo que debía ser trabajar allí. Nos internamos entre los pasillos que formaban la maquinaria, hasta que al fondo vimos un cartel indicando dónde estaban los vestuarios. Eran amplios para acoger a toda la plantilla de operarios, tan sólo iluminados por unos parpadeantes fluorescentes. Las paredes estaban circundadas por taquillas viejas y oxidadas. Una puerta conducía a los servicios, en el centro había una fila de lavabos tan usados y deteriorados como las taquillas del vestuario, frente a los lavabos se levantaban una serie de espejos, la mayoría estaban resquebrajados y mohosos. A la derecha estaban los retretes, unos cubículos deplorables sin pestillo en las puertas que les diesen un poco de intimidad. El aspecto general era lúgubre y desesperanzador. Antes de desnudarme me encendí un cigarro, le di un par de caladas y lo dejé sobre uno de los lavabos. Me lavé los sobacos y la cara. Después me preparé para maquillarme, dudé si pintarme una sonrisa o, por el contrario, alargar la comisura de mis labios hacia abajo dándole a mi cara un aspecto tristón. Me sentía animado y opté por la sonrisa. Fernando hacía de Cara Blanca yo de Clown, para ello tenía que calzarme unos zapatos extremadamente grandes y meterme en un traje bastante extravagante, a eso tenía que añadir una peluca de rizos naranjas, un destartalado sombrero y una nariz de goma roja.
Al poco estábamos listos para la función. Antes de abandonar los servicios me hubiera gustado meterme una raya de speed, pero me reprimí por estar Fernando presente.
Cuando salimos el patio estaba vacío, a excepción de Jacinto que aguardaba detrás de la mesa de sonido. Nos extrañamos de no ver las sillas ocupadas por los niños.

-        ¿Y los críos?
-        Y yo qué coño sé.
-        Pues habrá que ir a preguntar.

Jacinto dejó la mesa de sonido y de mala gana se dirigió hacia donde suponía que estaba el operario que hasta ahora nos había atendido.

-        Si al menos tuviéramos unas cervezas – dijo a modo de protesta.

Sin duda yo me hubiera bebido una bien fría. Sentí calor debajo de la peluca y noté el sudor en la cabeza. Acabé de ajustarme la nariz y ensayé un tono de voz acorde a mi personaje. Fernando hizo estiramientos sobre el escenario.
Al rato llegó Jacinto con su característico ceño fruncido. Nada más verle supimos que algo iba mal.

-        ¿Qué pasa?
-        Me han dicho que la actuación no es hasta las tres.
-        ¿Quién te ha dicho eso?
-        El gerente de la empresa. Por lo visto cambiaron la hora. Dice que nos avisaron por teléfono.
-        A mí no me ha avisado nadie – se excusó Fernando.
-        A mí tampoco – añadí.
-        Ahora viene él y nos lo explica.

Aguardamos en silencio digiriendo la mala sangre. Al poco llegó el gerente. Era bajito, caminaba de puntillas y con el cuello muy estirado. Le preguntamos por el cambio de horario. Discutimos. Al final sentenció que la función se hacía a las tres o no se hacía. No quedó otro remedio que ceder. El tipo, victorioso, salió del patio más estirado aún que cuando entró. Yo estaba tan furioso que me hubiera gustado largarme de allí. Volví a ajustarme la nariz e hice una mueca exagerada tratando de mostrar mi enfado. Jacinto optó por montar en la furgoneta para ir a comprar cervezas y algo para comer. A nosotros dos no nos quedó más remedio que aguardar dentro del patio. Fernando fue a sentarse en una esquina del escenario, yo elegí una de las sillas de madera. El sol pegaba de lleno. Aguardamos en silencio soportando el calor con dejadez. Reflexioné sobre mi carrera de actor, si es que a lo mío se le podía llamar carrera. Las cosas no marchaban bien, saltaba a la vista. El sol me estaba matando y empecé a notar el cansancio y la falta de sueño, además me picaba la cara, quise secarme el sudor de la frente pero me reprimí por temor a estropearme el maquillaje. De pronto estaba tremendamente cansado y los ojos empezaron a cerrárseme. Necesitaba una raya de speed.

-        Voy a echar una meada.

Entré en la lonja y caminé en dirección a los vestuarios. El cambio de temperatura me resultó agradable. Atravesé el pabellón hacia los vestuarios. El sitio era macabro. Esa era una de las razones por las que me hice actor, para no terminar trabajando en una fábrica como aquella. No quise ni imaginar lo que sería desperdiciar la vida en un lugar tan desolador. Ya me podían venir con el cuento del sueldo fijo y la seguridad social, que ni por esas. Nosotros no siempre teníamos contratos y  rara era la vez que no las pasábamos putas para llegar a fin de mes, pero prefería con mucho mi vida bohemia e insegura que un porvenir en un sitio tan muerto. Los tubos fluorescentes parpadearon levemente cuando crucé los vestuarios. Me acerqué hasta donde había dejado mi ropa, cogí la cartera y entré en los servicios. Eché un poco de speed sobre el cuero de la cartera y lo fui cortando y aplastando con ayuda de una tarjeta de plástico, finalmente alineé el polvo en una fina raya. Cuando estaba a punto para esnifar, me di cuenta de que me había olvidado quitarme la nariz de payaso. Me contemplé en el espejo. El sudor había corrido el maquillaje dándome un aspecto de lo más macabro, parecía una especie de Joker asesino con los ojos inyectados en sangre. Cualquier niño que me hubiese visto de esa guisa se habría echado a llorar. Me quité la nariz, el sombrero y la peluca. Realmente tenía una cara lamentable, y más, enmarcada en aquel revenido espejo. Esnifé la droga. Estaba tan agotado que apenas sentí los efectos vigorizantes del speed. Abrí el grifo y puse la cabeza debajo. De todas formas iba a tener que maquillarme de nuevo. Y esta vez lo haría pintándome una cara triste, muy triste.

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