jueves, 14 de febrero de 2013

SILENCIO


Allí estaban los dos. Ramón tratando de abrir la caja fuerte y Santiago vigilando la entrada. Este último estaba a punto de mearse encima. Para evitarlo se balanceaba cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Ramón le reprendió por ello.

-        ¡Quieres estarte quieto de una vez! Me desconcentras, joder.

Santiago obedeció. Ramón pegó la oreja a la ruleta y la hizo girar lentamente. Santiago intentó tranquilizarse. Aspiró aire y lo fue soltando poco a poco. Ramón volvió a regañarle.

-        Joder, pareces un búfalo. Respira sin hacer ruido.

Santiago estuvo a punto de perder la paciencia. El viejo cascarrabias no paraba de tocarle las narices. Rebuscó en sus bolsillos hasta dar con el tabaco. Justo cuando se iba a encender un cigarro Ramón le hizo un gesto con la cabeza. Santiago devolvió el pitillo al paquete. Ramón estiró el cuello a ambos lados para relajar sus músculos. Estaba cansado y la vista se le nublaba. Después de un breve respiro centró toda su atención en la ruleta. Santiago le miró con desprecio. Hacía más de una hora que su vejiga estaba pidiendo un desalojo. Tendría que aguantarse hasta que la caja estuviera abierta. Inconscientemente se puso a tamborilear con los dedos en el marco de la puerta. Ramón se giró hacia él con el ceño fruncido.

-        Perdona.
-        Por favor, seamos profesionales.
-        Vale.
-        Solo te pido un poco de silencio.
-        Que sí.

A Santiago no le gustó que su colega cuestionase su profesionalidad. Llevaban años trabajando juntos, pero en realidad no se soportaban. Ramón sacó un pañuelo y se secó el sudor de la frente. La caja se le estaba resistiendo. Su compinche ya no aguantaba más.

-        Necesito ir al baño.

Ramón consintió. Santiago salió de la habitación a toda prisa. Aprovechando que se había quedado solo se concentró en la caja. Nada. No había manera de abrirla. Diez años atrás no se le hubiera resistido. Pero ahora le dolían los dedos. El problema era la artrosis, gracias a ella había perdido su toque. No se rindió y probó suerte otra vez. Acercó la oreja a la ruleta y la hizo girar por millonésima vez. Tuvo el presentimiento de que lo iba a conseguir. Justo en ese momento entró Santiago.

-        ¡Mierda, no me ha dado tiempo y me he meado encima!
-        Joder, contigo no se puede trabajar. Eres un puto subnormal.
-        Mira, Ramón. No me toques las pelotas que ya he aguantado suficiente.
-        Un inútil que no sirve para nada.
-        Ramóoooon…
-        No vales ni para mantener seca la entrepierna.
-        Si me he meado ha sido por tu culpa.
-        ¿Por mi culpa?
-        Llevamos aquí una puta eternidad y no eres capaz de abrir la caja. Si no fueras un viejo inútil habríamos terminado ya, esto no habría ocurrido.
-        ¿Qué quieres decir?
-        Lo que tú ya sabes.

Ramón se abalanzó contra su compañero. Santiago esquivó la embestida haciéndole caer de bruces contra el suelo. Se preparó para otro ataque, pero él continuó tirado en el suelo. Tal vez se había hecho daño.

-        ¿Ramón, estás bien?

Su amigo estaba llorando. Santiago se acercó a su lado y trató de consolarle.

-        Venga, que no lo he dicho en serio.

El viejo siguió llorando, inconsolable.

-        Tú eres un artista de la profesión. Un maestro. No ha habido caja que se te haya resistido.  Y no lo digo por hacerte la pelota. Sabes muy bien que yo he sido testigo de todos tus logros. No hay otro mejor que tú. ¿Te acuerdas de aquella vez en el museo?
-        Sí, fue una buena noche.
-        ¿Cuántas abriste? ¿Cinco cajas?
-        Cuatro. Fueron cuatro.
-        Me da lo mismo. ¿Quién en una noche abre cuatro cajas? Solo tú.

Le ayudó a incorporarse.

-        Venga Ramón, abre la caja.
-        No sé si podré.
-        Claro que sí. Eres el mejor. El puto amo.
-        Antes de que entrases creo que estaba a punto de conseguirlo.
-        Tú puedes.

Ramón echó aliento caliente sobre las yemas de los dedos. Luego se acercó con decisión hasta la caja. Pegó la oreja cerca de la ruleta y la hizo girar. La caja se abrió. Lo había conseguido.

-        ¡Que te decía: El puto amo!

Ramón sonrió orgulloso y se apartó para cederle el sitio.

-        Ábrela tú. Te lo has ganado.
-        Gracias amigo. Es todo un honor.

Santiago se acercó y terminó de abrir la puerta de la caja. De golpe, un desagradable olor salió del interior. Ambos se tuvieron que tapar la nariz a causa del pestazo. Y es que dentro de la caja había una cabeza de mujer y un par de manos con las uñas pintadas de rojo.

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