En aquella época, estoy hablando
de cuando yo tenía veinte años, en aquella época, digo, lo habitual era que los
fines de semana nos comiésemos un cuarto de tripi. Aquel sábado en concreto nos
comimos medio cada uno. Me refiero a Gonzalo, a Joaquín y a mí. Los tres
compartíamos piso y a base de convivir nos habíamos hecho amigos. Eran las diez
de la noche y calculamos que la droga nos subiría a eso de las once. Nos
apresuramos a salir de casa. Óscar y Ojeda nos esperaban en la calle. Ambos
eran amigos de Joaquín. A mí personalmente no me caían bien pero Óscar disponía
de coche y eso les hacía soportables. Teníamos que viajar hasta Oyón, un pueblo
a siete kilómetros de Logroño. Allí vivía un tipo que nos pasaba polen de buena
calidad a precio decente.
Llegamos al pueblo y aparcamos
detrás del frontón.
Adquirido el polen, partimos de
vuelta a Logroño. Al aproximarnos al cementerio que está situado al lado de la
carretera, le dije a Oscar que se desviase hacia los aparcamientos de enfrente.
Quería fumarme un canuto entre los nichos y esperar a que el tripi nos subiera
allí. A todos les pareció buena idea. Aparcamos, nos dirigimos a la tapia del
camposanto y la saltamos. Anduvimos entre las tumbas hasta que encontramos un
mausoleo rodeado de una valla metálica cubierta de enredaderas y maleza. Era un
sitio íntimo y agradable. Nos sentamos en la escalinata cubierta de musgo y nos
pusimos a liar canutos. Mientras fumábamos pude apreciar cómo las pupilas de
Gonzalo se iban dilatando hasta ocupar toda la córnea. Yo también empecé a
notar los efectos del LSD. Había llegado la hora. ¿Cómo describir la subida de
un ácido? Sin duda es de esas cosas que
tienes que probarlas para saber de qué estamos hablando. De primeras,
los sentidos se intensifican por diez, ves resplandores extraños, te llegan
sonidos que son imperceptibles, el tacto, de tan sensible, capta texturas hasta
entonces desconocidas. Cualquier cosa te puede producir un ataque de risa. El
cerebro es estimulado por mil sensaciones inéditas. Todo es nuevo, pero a la
vez conocido. Es como viajar a una dimensión paralela. Miré a Joaquín. Estaba
ensimismado con el dorso de la mano. Evidentemente él también estaba bajo los
efectos de la droga. Óscar y Ojeda, ajenos a la magia, se dedicaban a hablar de
sus cosas. Los sentí tan lejos de nosotros tres que era como si no existieran.
Los cipreses apuntaban al cielo, inmóviles, cual brochazos de pintura negra. La
ausencia de movimiento, la quietud de la noche le daba al cementerio la
apariencia de un lienzo pintado al óleo. La luna era una pandereta que exhalaba
extraños tintineos y el musgo sobre el que estábamos sentados una mullida
alfombra que nos engullía poco a poco. Todo era maravilloso. Me concentré en
detener el tiempo para gozar eternamente del instante. Tuve la sensación de que
el mundo dejaba de girar y cada movimiento que hacían mis amigos yo lo veía
dividido en una serie de estelas que quedaban desdibujadas en el aire. Gonzalo
dijo algo, vi que de su boca salían destellos de luz amarillenta. ¡Joder, esta
mierda es de primera calidad!, pensé. Joaquín seguía alucinando con el dorso de
su mano.
-
Veo circular la sangre por mis venas – dijo sin apartar
la vista de su diestra.
Óscar y Ojeda se rieron del
comentario. Me parecieron hienas. Para evadirme de ellos me concentré en los
centelleos amarillentos que seguían fluyendo de la boca de Gonzalo. Estos
fueron cobrando cuerpo, se hicieron sólidos, tubos fluorescentes que
culebreaban al salir por su boca, después caían al suelo y estallaban en un
fogonazo semejante a un flash. Gonzalo, dándose cuenta de que yo no le estaba
escuchando, elevó el tono de su voz. A mis oídos llegó un sonido lento y
distorsionado, similar a esas voces que
se escuchan en los discos que van bajos de revoluciones.
-
Me estoy agobiando. Vámonos de aquí.
-
Yo estoy bien.
-
Necesito beber algo. Tengo la garganta que me abrasa.
-
Será por los salchichones de luz.
-
¿Qué?
Empecé a reírme
descontroladamente. Joaquín, contagiado por mis risas comenzó con las suyas
repitiendo una y otra vez:
-
Veo la sangre circulando por vuestras venas. Veo la
sangre circulando por vuestras venas…
Gonzalo no aguantaba más y se
levantó con intención de irse.
-
Me piro.
-
Y yo – le secundó Óscar.
-
Yo también – añadió Ojeda.
A pesar de las risas, Joaquín se
puso en pie y los siguió sin dejar de mirarse la mano. Me planteé quedarme
allí, entre los muertos, deteniendo el tiempo con mi mente. Finalmente me uní
al grupo. Cruzamos una explanada sembrada de cruces. A mí todo el paisaje
seguía pareciéndome un gran mural del que formábamos parte. Me jodía irme,
aunque por otro lado me apetecía muchísimo una cerveza. Llegamos a las
proximidades de la tapia. Óscar fue el primero en encaramarse en ella.
Enseguida nos hizo un gesto para que nos detuviéramos. Todos nos quedamos
quietos.
-
Hay alguien dentro de mi coche.
Nos asomamos y efectivamente era
así. De alguna manera un hombre había conseguido abrir una de las puertas
traseras y colarse dentro. Lo vimos moverse a través del parabrisas.
-
Vamos a por él – dijo Ojeda.
Saltamos la tapia y nos acercamos
en silencio. El hombre no se percató de nuestra presencia hasta que rodeamos el
coche.
-
¿Qué cojones haces? –
le espetó Óscar.
Nos miró sorprendido. Tendría
cincuenta y tantos años. Antes de que pudiera decir algo Óscar le agarró de la
pechera y lo atrajo con fuerza hacia sí. El hombre se golpeó la cabeza con el
techo y quedó medio grogui. Aun así, Óscar le dio un puñetazo en la cara. El
hombre cayó al suelo con la nariz rota. Aprovechando, Ojeda se acercó y empezó
a patearle. El hombre trató de cubrirse la cabeza con los brazos. Se le unió
Óscar y entre los dos le agredieron sin piedad. Nosotros tres mirábamos
alucinados. Todo era tan irreal que dudo que fuéramos conscientes de la brutalidad
de la paliza. Al rato el hombre perdió el conocimiento y por fin dejaron de
golpearle. Me sentí aliviado al ver que todavía respiraba. Óscar revisó el
interior de su coche en busca de algún desperfecto. Todo parecía estar en su
sitio. Salió del vehículo y se reunió con nosotros. Nos sentamos en un banco
próximo. Traté de emitir un juicio de valores sobre lo sucedido. Y no, no estaba de acuerdo con lo que esas
hienas le habían hecho al pobre hombre. Me encontraba en esos devaneos cuando
por el rabillo del ojo vi que el tipo me estaba mirando. Al verse sorprendido
por mí cerró los ojos y fingió que seguía desmayado. Aquello cambió
radicalmente mi aptitud.
-
Ese hijo de puta se estaba quedando con mi cara.
Al ver que el hombre permanecía
inmóvil en el suelo todos pusieron en tela de juicio mi observación.
-
Os digo que el muy cabrón se estaba quedando con mi
cara.
Siguieron sin creerme, cosa que
me enfadó aún más. Me dirigí hasta el individuo, me acuclillé junto a él y le
susurré al oído.
-
Con que quieres jugar. Muy bien, juguemos.
El enfado y la droga soltaron a
la bestia oculta. Noté la adrenalina fluyendo por mis venas y un reconfortante
instinto malsano se fue apoderando de mí. Acumulé saliva dentro de la boca,
después dejé caer el espumarajo sobre sus parpados cerrados. Le estaba poniendo
a prueba pero no se movió. Volví a susurrarle.
-
Esto es sólo el principio.
Era fácil ser malvado. Le abrí la
boca y escupí dentro. El hombre siguió sin moverse.
-
¿Sigues fingiendo, eh?... No pasa nada, continuemos. Yo
me estoy divirtiendo.
Sacar la parte oscura era
liberador y me hacía sentir bien. Además, la droga potenciaba mi sed de mal.
-
Me voy a mear en tu cara… no, mejor aún, te voy a
reventar los huevos.
Le cogí de una pierna y la
aparté, hice lo mismo con la otra, es decir, se las abrí para que sus testículos
quedasen al descubierto y sin protección. Volví a acuclillarme junto a él y le
dije al oído:
-
Despídete de tus pelotas.
Examiné su cara por si se le
escapaba un mínimo gesto que lo delatase. No fue el caso.
-
Tú lo has querido.
Me incorporé y le rodeé
colocándome frente a su entrepierna. Me lo tomé con calma. Si el tipo estaba
fingiendo, y yo sabía que sí, intuiría que de un momento a otro le iba a
reventar el escroto, y quería ver su reacción. Viendo que se mantenía en sus
trece decidí pasar a la acción. Cogí impulso y golpeé con todas mis fuerzas. Mi
empeine impactó de lleno en sus genitales, haciendo que su cuerpo inerte se
desplazase unos centímetros de donde estaba. Soltó un gemido sordo pero no se
movió. Nadie podría fingir después de un golpe así. Tal vez me había
equivocado. Óscar y Ojeda se estaban divirtiendo, Gonzalo y Joaquín no, ambos
me miraron como si fuera el mismo demonio. Tendría que haberme quedado entre
las tumbas deteniendo el tiempo con mi mente, pensé. Pero era tarde para eso.
Lo mejor era largarse.
-
Vámonos de aquí.
Montamos en el coche y
abandonamos el lugar. Miré a través del parabrisas trasero y vi como el cuerpo
de aquel hombre se iba haciendo más y más pequeño.
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