De pronto lo oigo. Es una especie
de chirrido.
- -¿Oyes eso?
- -¿El qué?
- - Ese ruido.
- - ¿Cuál?
- -Chiiii… chiiii… ¿No lo oyes?
- - No.
- -Escucha con atención…
- -Cuidado con el que tienes delante que le vamos a dar.
Piso ligeramente el freno y dejo que
el coche que nos precede se aleje unos metros.
- - Ahí está otra vez. Chiiii… chiiii…
- - No oigo nada.
Me molesta que nunca esté de
acuerdo contigo en nada.
- -Aunque tú no lo oigas, hay una especie de chirrido.
- -Déjate de tonterías y concéntrate en la carretera,
anda.
Otra de las cosas que me jode es
que me trate como un crío.
- - Voy a parar.
Arruga el morro y se rasca la
nariz, señal de que se ha enfadado. Me la suda. No quiero quedarme tirado por
culpa de una avería. Unos kilómetros más adelante hay una zona despejada. Justo
lo que estaba buscando.
Abro el capo y echo un vistazo al
motor.
- -No sé qué coño estás mirando ahí. No tienes ni puñetera
idea de mecánica.
A primera vista parece que todo
está bien. Aunque ella tiene razón, no tengo ni idea de mecánica, por lo tanto
no me queda claro si la maquinaria está en su sitio, o no.
- - ¿Qué? ¿Ves algo?
Cierro el capo y me concentro en
las ruedas. Según rodeo el coche voy golpeando los neumáticos con el pie.
- -¿Se puede saber qué coño haces?
- -Compruebo la presión.
Se baja del coche y cierra de un
portazo, luego se aleja unos metros para encenderse un cigarro. Me dan ganas de
dejarla aquí plantada. Lástima que me falten cojones. Desde el principio supe
que este viaje iba a ser un infierno, aun así me dejé convencer. Nos queda mucho
por delante, es mejor que intente llevarlo de la mejor manera posible. Tomo
aliento y me acerco a ella.
- - ¿Me das un cigarro?
Me lo da sin mirarme.
- -Y fuego.
Me pasa el mechero que tiene en
la mano. Después de prender el cigarro quiero devolverle el encendedor, pero está
mirando a las nubes que tenemos enfrente y no me presta atención. De repente
vuelve al coche y se pone a rebuscar en la bolsa del equipaje.
- -¿Sabes dónde está la cámara de fotos?
- -¿No está ahí?
- - No la encuentro.
- -Busca bien.
- -¿Estás seguro de que la guardaste en esta bolsa?
- -Yo no he guardado la cámara en ningún sitio.
- -Te dije que lo hicieras.
Tiene razón, me lo dijo, pero
jamás lo admitiré.
- - No lo recuerdo.
- -Pues yo lo recuerdo perfectamente. Te dije: Asegúrate
de guardar la cámara de fotos.
- -No te oí.
- -Ya, tú solo oyes lo que te interesa.
- -Si quieres hacer una foto, utiliza la cámara del móvil.
En cuanto menciono el móvil sé
que he metido la pata.
- - Lo tengo sin batería porque anoche, al señorito, se le
olvido ponerlos a cargar.
Odio que utilice ese tono conmigo.
- -Ya me he disculpado, así que no insistas con eso.
- -Has sido tú quien ha sacado el tema.
Sigue rebuscando en la bolsa.
Se nota que a cada segundo se va frustrando más y más.
- -No está.
- -Bueno, no pasa nada.
- -Claro, para ti nunca pasa nada.
Prefiero no contestar.
- -Estoy segura de que te lo dije.
- -Si tanto interés tienes en la cámara, podías haberte
preocupado de guardarla tú misma.
Me clava los ojos. Por un momento,
creo que se va a abalanzar contra mí.
Llevamos un buen rato sin hablarnos,
cosa que agradezco porque necesitaba un respiro para poder continuar con esta
pesadilla. Lo bueno del asunto es que desde que hemos retomado el viaje no he
vuelto a escuchar el chirrido. Ahora que estoy medianamente relajado puedo
disfrutar del paisaje. Y es que, a ambos lados de la carretera, hay inmensas
praderas sembradas con trigo que se alargan hasta el horizonte. Cuando el
viento sopla sobre las espigas, se produce una serie de oleadas y da la
impresión que estamos cruzando un océano teñido de amarillo.
- -Tengo hambre.
Lo dice como si yo tuviese la
culpa.
Es el típico restaurante de
carretera. A esta hora está repleto de gente. Los camareros corren de un lado
para otro sirviendo menús o tomando nota de las comandas. Después de esperar
más de media hora, nos acomodan en una mesa que acaba de quedar libre, de
hecho, las sobras de los anteriores clientes aún están sobre el mantel.
- -No me gusta este sitio. Huele raro.
- -Es el olor a comida.
- -No, huele a meados. Seguro que alguien se ha dejado la
puerta de los baños abierta.
Hago oídos sordos. Después de lo
que hemos tenido que esperar no estoy dispuesto a levantarme para ir a otro lugar.
Cojo la carta y leo. La oferta no es muy variada, no obstante, a mí me vale con
lo que ofrecen. A ella no.
- -No me apetece nada de lo que tienen aquí.
En la mesa de al lado, un hombre come
paella.
- -La paella tiene buena pinta.-le digo señalando el plato
de arroz.
Ni siquiera se molesta en mirar,
así que me dejo de sugerencias. Por fin se acerca una de las camareras. Su ojo
experto enseguida detecta la tensión acumulada por la espera. Para
tranquilizarnos nos pide disculpas por la tardanza y señala que en cuanto
termine de recoger la mesa nos tomará nota.
Comemos, en silencio. Un silencio
sólido, pesado, frío, como una cadena de acero. La comida, aunque abundante,
dista mucho de estar deliciosa. Me fijo en una pareja joven que ocupa una mesa
junto a la puerta de la cocina. Hablan cariñosamente ajenos al trasiego de los camareros,
que entran y salen sin parar. De habernos asignado esa mesa, nosotros, sin
duda, hubiésemos protestado. Sin embargo, ellos están contentos y no les
importa estar ahí. Supongo que no es cuestión de dónde te pongan, sino de feeling. La mujer que tengo delante, es
decir, mi mujer, escarba con el tenedor en el lomo de un lenguado. Se nota que
ha perdido el apetito. Me gustaría decir algo, iniciar una conversación.
- - ¿Tomarás postre?
- - Quiero volver a casa.
Frente a nosotros, el cielo invita
a tormenta.
-
¿Estás segura?
Asiente con la cabeza. Así que entro
en la autovía con dirección a casa. Al final hemos decidido concluir este
absurdo viaje. Realmente, la decisión ha sido suya, no obstante, estoy de
acuerdo con ella y me siento feliz de regresar.
- -Ahí está otra vez… ¿Lo oyes?
El maldito ruido.
- - Chiii, chiii… Juraría que viene del motor.
- -Estoy embarazada.
Recibo la noticia como un mazazo en
el estómago. De hecho, el impacto de sus palabras me deja sin respiración. Tengo
que detener el coche en el arcén. Me apeo y echo a andar campo a través. Trato
de respirar. Aparentemente un acto sencillo que, en mi caso, entraña gran
dificultad. Ella grita algo, pero un trueno me impide escuchar lo que dice.
pepe pereza
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