Hay una nube con forma de piano
de cola que, poco a poco, se va transformando en algo parecido a una oveja.
Cierro los ojos y dejo que el sol preñe mi piel. Al fondo, el chapoteo y los
gritos de los niños que nadan en la piscina. Olor a cloro y a bronceador. El
resto, murmullo de voces, zumbidos de mosca y canciones de verano. De entre la mezcolanza de rostros
hay uno que me resulta familiar. Es una mujer delgada, más o menos, de mi edad.
Tiene la piel demasiado blanca y para no quemarse ha tomado la precaución de
colocar su toalla a la sombra de un árbol. Lleva un bañador de color verde
oliva y se entretiene leyendo un libro. No sé de qué la conozco, pero hay algo
en ella que me inquieta. Como en un puzle, intento encajar a esa mujer en los
recuerdos que guardo de mi vida. Finalmente consigo que las piezas encajen.
Ella y yo estudiamos juntos en quinto y sexto curso de la EGB. Se llama
Natividad, no recuerdo sus apellidos. Lo que sí recuerdo es que era
una niña muy tímida que se sentaba detrás de mi pupitre. Este remordimiento que
siento al reconocerla es porque no paraba de tomarle el pelo y meterme con
ella. Un día tuve la ocurrencia de darle la vuelta a su nombre. En vez de
Natividad, decidí llamarla Muerte. El mote pronto corrió de boca en boca y al
final todos los alumnos terminaron refiriéndose a ella de ese modo. Fue algo
que nunca me perdonó. Me acerco con la excusa de pedirle fuego.
- -Tú y yo estudiamos juntos en el mismo colegio. Te
llamas Natividad ¿verdad?
- -Sí.
- -¿Te acuerdas de mí?
- -Perfectamente.
Lo dice con tal contundencia que,
sin querer, me veo en la obligación de pedir disculpas por las travesuras de antaño.
- -Ha pasado mucho tiempo, pero quiero que sepas que
siento mucho todas las trastadas que te hice.
- -¿Trastadas?
- -Ya sabes… lo de llamarte Muerte y esas cosas.
- -Lo que tú llamas trastadas, para mí fueron crueles
humillaciones.
- -Bueno, éramos unos críos y…
- -Un día, una niña se acercó donde yo estaba y, delante
de todo el mundo, me escupió en la cara diciendo que su abuela había muerto. Lo
malo es que lo dijo como si yo fuera la culpable, como si yo hubiera tomado la
decisión.
- -Vaya, lo siento.
- -Tengo una hija de cuatro años. El próximo año empezará
a ir al colegio. Mi gran temor es que la sienten detrás de un canalla como tú.
Dicho esto, recoge sus cosas y se
aleja. Vuelvo a mi sitio. Me tumbo en la toalla y me enciendo el cigarro que
durante todo este tiempo ha estado colgando de mis labios.
pepe pereza
pepe pereza
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