CRUCES
George Saunders (Estados Unidos, 1958)
Todos los años,
después de la cena de Acción de Gracias, mi padre sacaba el disfraz de Santa
Claus y lo arrastraba hasta una suerte de cruz metálica que había levantado en
el jardín. Nosotros formábamos una piña detrás de él y le seguíamos hasta que
colocaba allí el disfraz. Durante la semana previa a la Super Bowl, la cruz
lucía un jersey y el casco de Rod, y si este quería coger el casco, primero
tenía que pedirle permiso a mi padre. El cuatro de julio, la cruz se convertía
en el Tío Sam; el Día de los Veteranos, era un soldado; y en Halloween, un
fantasma. Aquella cruz era la única concesión de mi padre a las fiestas. Por lo
demás, no nos permitía sacar de la caja más de un lápiz de cera a la vez; una
Nochebuena le gritó a Kimmie por desperdiciar un trozo de manzana; cada vez que
nos poníamos kétchup, lo teníamos a él encima diciendo «Vale, vale, ya basta»;
y en las fiestas de cumpleaños había magdalenas en lugar de helado. La primera
vez que llevé allí a una cita, la chica me preguntó: ¿Qué es lo que pasa con tu
padre y ese poste?, y lo único que pude hacer fue quedarme sentado pestañeando
tontamente.
Con el tiempo,
Kimmie, Rod y yo nos marchamos, nos casamos, tuvimos hijos y vimos florecer
también en nosotros una semilla de mezquindad. Mientras tanto, mi padre empezó
a vestir la cruz de forma cada vez más compleja y siguiendo una lógica apenas
perceptible. El Día de la Marmota le puso una especie de abrigo de piel y
colocó un foco para asegurar la sombra. Después de un terremoto que sacudió
Chile, la tumbó y pintó una grieta en el suelo con un aerosol. Cuando mi madre
murió, disfrazó a la cruz de Muerte y colgó del travesaño fotos de ella cuando
era un bebé. Siempre que pasábamos por allí, encontrábamos amuletos extraños de
su juventud dispuestos en torno a la base del poste: medallas del ejército,
entradas de teatro, sudaderas viejas o tubos de maquillaje de mi madre.
Un
otoño pintó la cruz de amarillo, la cubrió de algodón para proporcionarle
abrigo ese invierno y le aseguró descendencia cruzando seis palos de madera y
clavándolos a martillazos en diversos puntos del jardín. Tendió cuerdas entre
la cruz grande y las tres pequeñas y pegó en ellas, utilizando cinta adhesiva,
fichas de archivo en las que pedía disculpas, admitía errores y rogaba
comprensión, todo con una caligrafía frenética. Colgó de la cruz metálica un
rótulo en el que había escrito AMOR, hizo otro en el que escribió ¿ME
PERDONAS?, y murió en el vestíbulo con la radio encendida. Poco después le
vendimos la casa a una pareja joven que arrancó todo aquello y lo dejó en la
calle el día de recogida de basura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario