A última hora
de la tarde he comprado un despertador de doble campana. Voy a normalizar mi
horario. Madrugar. A ver si de esta forma consigo escribir con cierta
regularidad. Al llegar a casa, me he dado cuenta de que, tanto las agujas como el
segundero del despertador, coinciden exactamente con el de mi reloj de muñeca.
Es una buena señal. Si quiero madrugar es mejor que me acueste pronto. Pongo el
despertador a las ocho en punto. Mientras llega el sueño, trato de hacerme una
idea global de la narración. De golpe, la imaginación se dispara. De la nada surgen
multitud de imágenes, situaciones, diálogos y dramas. Me emociono con el flujo
de ideas mientras los capítulos se amontonan en la cabeza. Cuando quiero darme
cuenta, son las tres de la madrugada.
A las ocho suena
el despertador. Apenas he pegado ojo. Salir de la cama me cuesta un tremendo
esfuerzo. Estoy atontado y me duele la cabeza.
Después de
desayunar, tomo asiento frente al ordenador. Me pregunto a dónde han ido a
parar todas esas ideas que anoche se amontonaban en mi cabeza. Ahora mismo,
ninguna de ellas se presta a ser escrita. Se me cierran los parpados. Joder, tengo
el cerebro embotado y me muero de sueño. Me fijo en la pared que tengo
enfrente. Sobre todo en las manchas de nicotina y humedad. Según repaso los
contornos, estos se adaptan a mis pupilas y termino reconociendo en ellos siluetas
de animales. Empiezo a teclear:
Esta casa se degrada día a día. Es un piso
viejo, destartalado, que un amigo me prestó para que viviese en él hasta que
encontrase algo mejor. De eso hace dos años…
Me atasco. Ha
sido un breve arrebato que no compensa el madrugón. Me acerco a la ventana. En
la calle, el ajetreo de la mañana. Es una escena que siempre me deprime. Hay
algo en las primeras horas de un día laborable que las hace inherentes al
desánimo. Vuelvo a tomar asiento frente al ordenador. Quiero seguir con lo
escrito pero soy incapaz de añadir una palabra. Miro la hora: las nueve y
trece. Me pregunto si los segunderos siguen coincidiendo. Para comprobarlo
entro en el dormitorio. Coinciden. Me dejo caer en la cama y me arropo con la
colcha. Es una buena señal, me digo.
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