miércoles, 8 de abril de 2009

EL BOSQUE (corte VII)

Ya tenía el arma. Ahora solo era cuestión de esperar. Él siguió saliendo antes de su trabajo para intentar sorprenderlos juntos. Al tercer día, vio que el coche de su mejor amigo estaba aparcado frente a la casa. Estaba claro que ni su mujer, ni su mejor amigo, se molestaban en tomar precauciones. Tal vez pensaban que él era tan ingenuo que no las necesitaban. Encima de cornudo, le tomaban por gilipollas. Eso hizo que se cabrease aún más. Aparcó un par de manzanas más allá. Sacó la pistola de la guantera, se la guardó en un bolsillo y salió del coche dispuesto a vengarse. Era tal la rabia que sentía, que su corazón en vez de palpitar, galopaba dentro de su pecho. Llegó a la casa y se asomó a la ventana de la cocina. Allí no estaban. Rodeó la casa, acechando sigiloso por las ventanas. La primera planta estaba despejada. Lo más seguro es que estuvieran follando en el dormitorio, que estaba en la planta de arriba, junto a los baños. La puerta principal estaba cerrada. La abrió con su llave y entró. Sacó la pistola del bolsillo y enfiló las escaleras hacia la segunda planta. Antes de llegar arriba, escuchó unos jadeos que confirmaron sus peores augurios. Apretó con fuerza la empuñadura del arma y siguió subiendo los escalones. Llegó hasta la puerta del dormitorio y pegó la oreja para escuchar mejor. Ella gemía, y lo hacía de una forma exagerada que él no conocía. Parecía innegable que su amigo era mejor amante que él. El momento que esperaba había llegado. Lo único que tenía que hacer era abrir la puerta y disparar hasta matarlos. Agarró el pomo de la puerta y al hacerlo su mano empezó a temblar. No solo eso, también sintió un calor húmedo que le bajó por las piernas. Se había meado. Y para hacerlo más evidente una mancha húmeda se había extendido desde la entrepierna hasta los bajos del pantalón y continuaba en el suelo en forma de charco. El charquito de orina amenazaba con colarse debajo de la puerta y entrar en el dormitorio. Bajó a la cocina, cogió unas cuantas servilletas de celulosa, volvió a subir y recogió la meada con ellas. Después regresó a la cocina y arrojó las servilletas húmedas a la basura. Sacó un pantalón del interior del cesto de la ropa sucia, se cambió y salió de la casa. Estaba tan avergonzado que fue incapaz de seguir con su venganza. Entró en su coche y volvió a dejar la pistola en la guantera. Había fracasado. Se sintió como una mierda y sin poder evitarlo se puso a llorar. Estuvo llorando durante unos diez minutos, sin importarle que los viandantes que pasaban por la zona le vieran en ese lamentable estado. Cuando consiguió calmarse, arrancó el coche y salió de allí.
Condujo hasta las afueras de la ciudad y se adentró en un polígono industrial. Detuvo el coche junto a una fábrica de cerámica. No había nadie por los alrededores, así que sacó la pistola de la guantera y se metió el cañón en la boca. Cerró los ojos y apretó el gatillo. Nada. El arma se había encasquillado. Lo intento de nuevo con el mismo resultado. Hizo un tercer intento, por eso de que no hay dos sin tres. Nada de nada. La pistola se negaba a disparar. Era de prever que el inútil de su amigo le consiguiera un arma inútil. Volvió a guardarla en la guantera, arrancó el coche y abandonó el lugar.
Regresó a casa bien entrada la noche. Había estado bebiendo y estaba borracho como una cuba. Ella, su mujer, le estaba esperando enfadada. Recibió una buena reprimenda. No dijo nada y dejó que ella le ayudara a desvestirse y a meterse en la cama. Al día siguiente, se levantó con una resaca demoledora. Decidió que no iría a trabajar y llamó a la empresa para decir que se encontraba enfermo. Después de ducharse preparó unas cuantas cosas, las metió en su mochila y se preparó para partir.

- ¿Vas a algún sitio? – le preguntó ella cuando él se disponía a salir por la puerta con

la mochila al hombro.
- Sí. – respondió él sin mirarla.
- ¿Y se puede saber adónde?
- No lo sé.

Y dicho esto, cerró la puerta a sus espaldas y encaminó sus pasos hacia el coche. Ella le persiguió hasta el jardín, sin comprender qué estaba haciendo.

- ¿Ha pasado algo?

Él siguió caminando sin volverse.

- Pero… ¿Adónde vas?

Entró en el coche, arrancó el motor y se alejó dejándola con la palabra en la boca…

Continuará.

2 comentarios:

Javier Belinchón dijo...

Va bien la cosa. Me gusta lo que nos cuentas en este blog. Lo de la meada ha sido brutal jeje

Un saludo!!

pepe pereza dijo...

Javier, me alegra que te guste. Muchas gracias por pasarte por aquí.
un abrazo