Ambos se habían vestido con sus mejores galas y estaban listos para salir. El marido quiso asegurarse de que la salida estaba libre y se acercó a la ventana. Apartó levemente la cortina y echó un vistazo a la calle. Como había sospechado, él estaba abajo, en la calle, esperándoles.
- ¡Mierda puta!... El cabrón está ahí. – dijo el marido con fastidio.
- Entonces… no podremos ir al bautizo…– dijo la mujer sentándose derrotada en una silla. –…Imagínate, delante de toda la familia ¡Que vergüenza!
- ¿Cómo no vamos a ir? ¿Te has olvidado de que somos los padrinos?
El marido volvió a asomarse a la ventana. Él seguía allí.
- ¡La puta que lo parió! – maldijo apartándose, malhumorado, de la ventana.
- ¿Y qué vamos a hacer? – preguntó la mujer.
- No lo sé… déjame pensar…
- ¿Y si te disfrazas? – sugirió ella.
- ¿Disfrazarme?
- Sí.
- ¿De qué?
- No lo sé… quizá de mujer.
- De mujer. Tú estás loca ¿Quieres que acuda al bautizo de nuestra nieta vestido de mujer?
- No seas bobo. Te disfrazas solo para salir de casa y darle el esquinazo, luego, en algún sitio, volvemos a ponerte la ropa adecuada.
- Demasiado complicado. Además, podría reconocerme. Lo mejor será que hable con él y trate de pactar una pequeña tregua.
- ¿Tú crees que es buena idea?
- No, seguro que no lo es, pero… no se me ocurre otra solución.
- Entonces… ¿vas a bajar a hablar con él?
- Ya sabes, hablando se entiende la gente.
- ¿Y que le vas a decir?
- Pues que se haga cargo de la situación.
El marido se dirigió a la puerta principal. Antes de salir comprobó el contenido de su cartera para saber cuanto dinero llevaba consigo.
- Mira en tu bolso y dame todo lo que lleves. – le dijo el marido mientras contaba sus billetes.
- ¿Piensas sobornarle?
- Primero quiero hablar con él. No sé… espero que apelando a su humanidad pueda ablandarle un poco.
- Solo llevo setenta y cinco euros. – dijo la mujer sacando el dinero del bolso.
- Suficiente. - dijo el marido cogiendo el dinero y juntándolo con el suyo.- Espero que atienda a razones...
- Suerte, cariño.
El marido salió de la casa, bajó las escaleras, salió del portal, cruzó la calle y se fue directo al coche del tipo que le estaba esperando. El vehiculo tenía unos gráficos a ambos lados de la carrocería con los logotipos de la empresa: “El cobrador del frac - Cobros a morosos”. El cobrador estaba dentro del automóvil. En cuanto vio al marido acercarse salió del coche, vestido, como no, con un frac. El marido se acercó a él.
- Buenos días. – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
- Buenos días. – respondió, receloso, el cobrador.
- Me gustaría hablar con usted.
- Usted dirá.
- Pues… Quisiera pedirle un favor.
- ¿Un favor?
- Verá… Es que hoy, justamente, bautizamos a mi nieta. Una preciosidad de niña… Bueno que va a decir su abuelo… En fin, al bautizo acudirá toda la familia y no es cuestión, de qué nosotros, los abuelos, y además los padrinos, lleguemos acompañados de usted. No es porque su presencia sea indigna, ni mucho menos, pero comprenderá que no son maneras. Imagine la de habladurías que se generarían… No quiero ni pensarlo.
- ¿Y qué quiere que haga?
- Yo había pensado invitarle a una buena comida en el restaurante que a usted le parezca bien. Mientras mi mujer y yo nos vamos al bautizo, usted se va a comer por ahí ¿Qué le parece?... Por supuesto, yo me hago cargo de todos los gastos.
- No tengo hambre.
- Bueno, quizá… le apetezca ir a un museo, o al cine…
- No gracias, estoy de servicio, como puede ver.
- Yo me refería a que si usted me deja en paz durante unas horas, yo estaría dispuesto a remunerarle una buena suma. ¿Entiende?
- Perfectamente. Pero si yo hiciese la vista gorda estaría incumpliendo con mi responsabilidad, y no solo eso, también dejaría en entredicho mi profesionalidad. Eso podría costarme el puesto de trabajo. ¿Entiende?
- Claro, claro… pero ¿quién se iba a enterar? Yo, al menos, no pienso decir nada.
- Me enteraría yo. Y eso es suficiente.
- Para mí, usted es todo un profesional. Jamás se me ocurriría pensar lo contrario. Solo quiero que sepa que estoy dispuesto a entregarle una buena suma por el favor.
- Estoy seguro que si pagase sus deudas no tendría que andar sobornando a la gente. – dijo el cobrador zanjando toda negociación.
- Está bien. No le molesto más, pero una cosa es segura. Usted no es quién para juzgarme. Que lo sepa…
Y dicho esto, el marido dio media vuelta y regresó al portal de su casa. Subió las escaleras refunfuñando, incapaz de dominar su mal humor. Cuando entró en casa la mujer le estaba esperando en el recibidor.
- ¿Qué tal ha ido, cariño?
- ¡Maldito hijo de puta! ¿Quién se ha creído que es para hablarme así?
- ¿Qué te ha dicho?
- Ese cretino va y me suelta que si pagase mis deudas no tendría que sobornar a nadie.
- ¿Eso te ha dicho?
- Lo que has oído… El jodido cabrón, hijo de su puta madre…
- Cálmate, ya solo nos faltaba que te diera otro ataque.
- ¿Cómo quieres que me calme si estamos atrapados en nuestra propia casa, sin poder acudir al bautizo de nuestra nieta?
- Con perder los nervios no ganamos nada. Lo mejor es que pensemos en algo.
- ¿En qué?
- Lo de disfrazarte no lo veo tan descabellado.
- ¿De mujer?
- De otra cosa no podemos. Esto no es una tienda de disfraces.
- Es que eso de vestirme de mujer…
La esposa miró su reloj.
- No nos queda demasiado tiempo. Algo tenemos que idear si queremos llegar a tiempo al bautizo. - dijo señalando la esfera del reloj con el índice
- Está bien… Hagámoslo.
Tuvo que afeitarse las piernas y enfundarse en un corsé para poder entrar en uno de los vestidos de su mujer. Uno estampado que guardaba en el fondo del armario, de la época en la que estaba algo más rellenita. Por último, su mujer le maquilló y le puso una de sus pelucas. El marido se miró en el espejo sintiéndose tremendamente ridículo.
- El problema va a ser el calzado. – dijo ella rebuscando entre sus zapatos.
- Espero que no nos encontremos con algún vecino o conocido. - dijo él ajustándose la peluca.
La esposa cogió un par de sandalias abiertas por el talón y con poco tacón.
- Pruébate estas, a ver como te quedan. – dijo dándole las sandalias.
El marido se las puso. Le quedaban un poco pequeñas, pero no había donde elegir, así que trató de caminar. Anduvo hasta el pasillo y regresó. Podían servir.
- ¿Qué te parecen?
- Dentro de lo malo no es lo peor.
- Déjame que te mire…
El marido giró sobre si mismo para ofrecerle una vista completa.
- …No está mal, aunque andando como andas pareces un travestido. Trata de ser un poco más femenino.
- ¿Más femenino? Tiene cojones que a mi edad tenga que aguantar estas cosas…
El cobrador, sentado en el interior del coche no quitaba ojo al portal. Por eso, cuando de su interior salieron dos mujeres, las siguió con la mirada. Sobre todo le llamó la atención la manera de andar de una de ellas, la más esbelta. Él ya había visto esa forma de andar y le era familiar. De pronto cayó en la cuenta. Salió del coche y corrió hasta las mujeres. No estaba seguro, así que quiso asegurarse. Las dos mujeres trataron de apurar el paso, pero una de ellas, la más esbelta, dio un tropezón y estuvo a punto de perder el equilibrio. Gracias a que su acompañante la agarró fuertemente del brazo, de no haberlo hecho se hubiera caído al suelo. El cobrador aprovechó para llegar hasta ellas.
- ¿Se encuentran bien?
Las dos mujeres siguieron andando sin hacer caso de las palabras del cobrador. Éste, por su parte, trató de identificar definitivamente al sospechoso, es decir, a la mujer esbelta.
- Oiga… Pero, si es usted… - dijo el cobrador reconociendo al marido disfrazado.
- Déjenos en paz, por favor. – rogó la esposa.
El matrimonio siguió andando.
- En todos mis años en esta empresa, no había visto nada igual. – añadió el cobrador con cierto desprecio.
- ¡Me cago en tu puta madre, cabrón! O nos dejas en paz o te parto la cara. – dijo el marido perdiendo la paciencia y abalanzándose contra el cobrador.
Ambos se enzarzaron en una ridícula lucha de agarrones. Por un lado, el marido pretendía derribar al cobrador. El cobrador por su parte intentaba zafarse del marido, y la esposa, metiéndose en medio, se esforzaba por separarlos. La escena era, como poco, esperpéntica. En un momento dado, el marido se llevó la mano al corazón y se desplomó con el rostro pálido.
- ¡Ay, Dios mío! Que le está dando otro ataque. – dijo la esposa con un gesto de pánico.
- ¿Otro ataque? - preguntó el cobrador con los ojos desorbitados.
- Sí, hace un par de meses sufrió uno. Por favor, ayúdeme a llevarlo a un hospital.
- Enseguida traigo el coche, espere aquí…
- No… a un hospital no… Estoy bien… ya me encuentro…bien. - dijo el marido intentando incorporarse.
- No te levantes, cariño. Espera a que este señor traiga su coche.
- Vestido así… no se te ocurra llevarme a ningún sitio.
- Pero necesitas que te vea un médico.
- Estoy bien… Es… este maldito corsé… que no me deja respirar. Llévame a casa para que pueda cambiarme.
- Entonces ¿traigo el coche o no? – dijo el cobrador.
- No déjelo. Mejor me ayuda a llevar a mi marido a casa.
Entre la esposa y el cobrador ayudaron a incorporar al marido. Luego le llevaron a casa.
Una vez en la casa, le dejaron resoplando en el sofá, con la falda del vestido levantada por encima de los muslos, dejando a la vista la ropa interior. La estampa era patética.
- Ayudadme a quitarme este jodido corsé, antes de que me ahogue. – dijo el marido con la voz congestionada.
- Antes déjame que te desabroche el vestido. – dijo la esposa poniéndose a ello.
- Bueno… si ya no me necesitan yo me vuelvo a mi puesto. - dijo el cobrador.
- Espere, podría necesitarle… Por qué no se queda unos minutos y le preparo un café.
- Es que…
- Sólo unos minutos. Para asegurarnos de que mi marido está bien.
- De acuerdo, solo unos minutos.
Todos miraron sus relojes. No quedaba demasiado tiempo para que empezase el bautizo, allí en la catedral. La mujer fue a preparar café, mientras el cobrador ayudó a desvestir al marido y a despojarlo de aquel horrible corsé. Liberado de la opresión del corsé, el marido pudo respirar y enseguida se sintió mejor.
- ¡Joder, que alivio! Ese puto chisme me estaba matando.
El marido se había quedado en ropa interior y eso incomodaba al cobrador que trataba de mirar a cualquier sitio menos a su persona.
- Veo que se encuentra mucho mejor… Quizá vaya siendo hora de que me marche. – dijo el cobrador mirando a un florero.
- Espere un momento a que mi mujer venga con el café. Es lo menos que podemos ofrecerle por su inestimable ayuda.
- Está bien… Pero haga el favor de vestirse.
- Enseguida. Antes quiero recuperar un poco el aliento.
En esos momentos entró en el salón la mujer, sosteniendo una bandeja con la cafetera, el azúcar, la leche, una taza y un platito con deliciosas pastas.
- Ya esta aquí el café. – dijo risueña.
La mujer dejó la bandeja sobre la mesa y le sirvió un café al cobrador.
- ¿Lo quiere solo o con un poquito de leche?
- Solo… pero ¿ustedes no toman? – se interesó el cobrador.
- No, a mi marido los médicos se lo tienen prohibido, por eso de los ataques. Y yo en estos momentos estoy muy alterada como para tomar café… eso sí, comeré una pastita que están muy ricas.
La mujer cogió una pasta y la mordisqueó como si fuera un roedor. El cobrador se echó un par de cucharadas de azúcar en la taza. El marido se acercó hasta la bandeja y dudó entre que pasta elegir, finalmente se decidió por una cubierta con una capa de chocolate.
- Me voy a vestir. - dijo mientras masticaba la pasta.
Y salió del salón. El cobrador y la mujer se quedaron solos, sentados uno en frente del otro.
- ¿Esta bueno el café?
- Buenísimo. Se nota que es de calidad. – dijo el cobrador apurando la taza.
- Déjeme que le sirva otra taza.
La mujer llenó de nuevo la taza al cobrador.
- Gracias, es usted muy amable. – respondió el cobrador
La mujer terminó de comerse la pasta y el cobrador se sirvió azúcar en el café.
- A pesar de lo que usted pueda pensar de mi marido, le diré que es un buen hombre. Antes de la gran crisis teníamos una empresa que hacía marcos de aluminio para puertas y ventanas. Teníamos a más de cincuentas empleados y nos iba muy bien. Con el “boom” de la construcción nos fue mejor aún. Había muchos pedidos y casi no dábamos abasto. Fueron buenos tiempos para todos. Pero claro, se acabó el “boom” y llegó la crisis, y con ella los problemas. La mayoría de nuestros clientes se arruinaron y tuvimos que cerrar la fábrica. Eso sí, mi marido se encargó de que todos sus empleados cobrasen lo que les correspondía. Cosa que los constructores no hicieron con él, porque esa gente nos debía, y nos debe mucho dinero. Mi marido podría haberles dicho a sus empleados que como no le pagaban, tampoco él podía pagar, pero se empeñó hasta las cejas con los bancos para poder pagarles a todos. Eso no lo hace todo el mundo ¿no cree usted?
- Supongo que no… Sin ir más lejos, yo trabajé durante más de veinte años en una empresa que se dedicaba a hacer piezas para coches. Pues bien, de la noche a la mañana, nos pusieron a toda la plantilla en la calle sin dar ningún tipo de explicación… Menos mal que poco después encontré este trabajo. Sino… no sé que hubiera sido… de mi familia y… de mí.
Al cobrador se le empezó a nublar la vista. De pronto, le pesaban enormemente los parpados y apenas podía hablar.
- ¿Se encuentra usted bien? – se interesó la mujer.
- Sí… solo es… un ligero ma… mareo.
Y dicho esto se desplomó sobre la mesa. La mujer sonrió y miró el reloj. Aún estaban a tiempo de llegar al bautizo. Poco después, entró el marido completamente vestido. Se extrañó de ver al cobrador desplomado sobre la mesa.
- ¿Y a ese qué le pasa?
- Le he dado unos somníferos con el café y ahora duerme tranquilamente.
- ¿Y cómo se te ocurre hacer esto?
- Es la única manera que se me ha ocurrido para que nos deje tranquilos y podamos ir al bautizo.
- Sí, pero… ¿Y si nos denuncia?
- No creo que lo haga, se le ve que es buena persona… Ayúdame a ponerlo en el sofá.
Él le cogió por debajo de las axilas y ella por los pies. Le dejaron tumbado en el sofá y le cubrieron con un edredón para que no sintiera frío y estuviera más cómodo.
- ¿No crees que es mejor atarle? Por si se despierta y le da por tomar represalias.
- No lo creo. Ya te digo que es buena gente. He estado hablando con él y así me lo ha parecido. Dejémosle así. Además esos somníferos son bastante efectivos y no creo que se despierte antes de seis o siete horas. Para entonces ya estaremos aquí e intentaremos solucionar los problemas que surjan…
El timbre del teléfono sonó en el recibidor.
- ¿Contestas tú? – dijo la mujer.
- Seguro que son los chicos para saber por qué nos retrasamos. – dijo el marido acudiendo al recibidor.
La mujer se acercó hasta el sofá, comprobó que el cobrador estaba bien arropado y después se retiró con la bandeja a la cocina. Cuando regresó junto a su marido, él ya había terminado de hablar por teléfono.
- ¿Eran ellos? – le preguntó la mujer.
- Sí, dicen que nos demos prisa. Que ya están todos allí.
- Por mí nos podemos ir ahora mismo.
- Pues vamos.
Apagaron las luces y se dispusieron a marcharse, pero antes de salir, el marido echó una última mirada hacia el salón.
- Me da no sé qué dejarlo ahí. – dijo con preocupación.
- Ya nos ocuparemos de él cuando regresemos. Ahora tenemos que darnos prisa.
- Tienes razón. Vámonos.
Y por fin salieron de la casa. En la calle pararon un taxi y viajaron hacia la catedral.
- ¡Mierda puta!... El cabrón está ahí. – dijo el marido con fastidio.
- Entonces… no podremos ir al bautizo…– dijo la mujer sentándose derrotada en una silla. –…Imagínate, delante de toda la familia ¡Que vergüenza!
- ¿Cómo no vamos a ir? ¿Te has olvidado de que somos los padrinos?
El marido volvió a asomarse a la ventana. Él seguía allí.
- ¡La puta que lo parió! – maldijo apartándose, malhumorado, de la ventana.
- ¿Y qué vamos a hacer? – preguntó la mujer.
- No lo sé… déjame pensar…
- ¿Y si te disfrazas? – sugirió ella.
- ¿Disfrazarme?
- Sí.
- ¿De qué?
- No lo sé… quizá de mujer.
- De mujer. Tú estás loca ¿Quieres que acuda al bautizo de nuestra nieta vestido de mujer?
- No seas bobo. Te disfrazas solo para salir de casa y darle el esquinazo, luego, en algún sitio, volvemos a ponerte la ropa adecuada.
- Demasiado complicado. Además, podría reconocerme. Lo mejor será que hable con él y trate de pactar una pequeña tregua.
- ¿Tú crees que es buena idea?
- No, seguro que no lo es, pero… no se me ocurre otra solución.
- Entonces… ¿vas a bajar a hablar con él?
- Ya sabes, hablando se entiende la gente.
- ¿Y que le vas a decir?
- Pues que se haga cargo de la situación.
El marido se dirigió a la puerta principal. Antes de salir comprobó el contenido de su cartera para saber cuanto dinero llevaba consigo.
- Mira en tu bolso y dame todo lo que lleves. – le dijo el marido mientras contaba sus billetes.
- ¿Piensas sobornarle?
- Primero quiero hablar con él. No sé… espero que apelando a su humanidad pueda ablandarle un poco.
- Solo llevo setenta y cinco euros. – dijo la mujer sacando el dinero del bolso.
- Suficiente. - dijo el marido cogiendo el dinero y juntándolo con el suyo.- Espero que atienda a razones...
- Suerte, cariño.
El marido salió de la casa, bajó las escaleras, salió del portal, cruzó la calle y se fue directo al coche del tipo que le estaba esperando. El vehiculo tenía unos gráficos a ambos lados de la carrocería con los logotipos de la empresa: “El cobrador del frac - Cobros a morosos”. El cobrador estaba dentro del automóvil. En cuanto vio al marido acercarse salió del coche, vestido, como no, con un frac. El marido se acercó a él.
- Buenos días. – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
- Buenos días. – respondió, receloso, el cobrador.
- Me gustaría hablar con usted.
- Usted dirá.
- Pues… Quisiera pedirle un favor.
- ¿Un favor?
- Verá… Es que hoy, justamente, bautizamos a mi nieta. Una preciosidad de niña… Bueno que va a decir su abuelo… En fin, al bautizo acudirá toda la familia y no es cuestión, de qué nosotros, los abuelos, y además los padrinos, lleguemos acompañados de usted. No es porque su presencia sea indigna, ni mucho menos, pero comprenderá que no son maneras. Imagine la de habladurías que se generarían… No quiero ni pensarlo.
- ¿Y qué quiere que haga?
- Yo había pensado invitarle a una buena comida en el restaurante que a usted le parezca bien. Mientras mi mujer y yo nos vamos al bautizo, usted se va a comer por ahí ¿Qué le parece?... Por supuesto, yo me hago cargo de todos los gastos.
- No tengo hambre.
- Bueno, quizá… le apetezca ir a un museo, o al cine…
- No gracias, estoy de servicio, como puede ver.
- Yo me refería a que si usted me deja en paz durante unas horas, yo estaría dispuesto a remunerarle una buena suma. ¿Entiende?
- Perfectamente. Pero si yo hiciese la vista gorda estaría incumpliendo con mi responsabilidad, y no solo eso, también dejaría en entredicho mi profesionalidad. Eso podría costarme el puesto de trabajo. ¿Entiende?
- Claro, claro… pero ¿quién se iba a enterar? Yo, al menos, no pienso decir nada.
- Me enteraría yo. Y eso es suficiente.
- Para mí, usted es todo un profesional. Jamás se me ocurriría pensar lo contrario. Solo quiero que sepa que estoy dispuesto a entregarle una buena suma por el favor.
- Estoy seguro que si pagase sus deudas no tendría que andar sobornando a la gente. – dijo el cobrador zanjando toda negociación.
- Está bien. No le molesto más, pero una cosa es segura. Usted no es quién para juzgarme. Que lo sepa…
Y dicho esto, el marido dio media vuelta y regresó al portal de su casa. Subió las escaleras refunfuñando, incapaz de dominar su mal humor. Cuando entró en casa la mujer le estaba esperando en el recibidor.
- ¿Qué tal ha ido, cariño?
- ¡Maldito hijo de puta! ¿Quién se ha creído que es para hablarme así?
- ¿Qué te ha dicho?
- Ese cretino va y me suelta que si pagase mis deudas no tendría que sobornar a nadie.
- ¿Eso te ha dicho?
- Lo que has oído… El jodido cabrón, hijo de su puta madre…
- Cálmate, ya solo nos faltaba que te diera otro ataque.
- ¿Cómo quieres que me calme si estamos atrapados en nuestra propia casa, sin poder acudir al bautizo de nuestra nieta?
- Con perder los nervios no ganamos nada. Lo mejor es que pensemos en algo.
- ¿En qué?
- Lo de disfrazarte no lo veo tan descabellado.
- ¿De mujer?
- De otra cosa no podemos. Esto no es una tienda de disfraces.
- Es que eso de vestirme de mujer…
La esposa miró su reloj.
- No nos queda demasiado tiempo. Algo tenemos que idear si queremos llegar a tiempo al bautizo. - dijo señalando la esfera del reloj con el índice
- Está bien… Hagámoslo.
Tuvo que afeitarse las piernas y enfundarse en un corsé para poder entrar en uno de los vestidos de su mujer. Uno estampado que guardaba en el fondo del armario, de la época en la que estaba algo más rellenita. Por último, su mujer le maquilló y le puso una de sus pelucas. El marido se miró en el espejo sintiéndose tremendamente ridículo.
- El problema va a ser el calzado. – dijo ella rebuscando entre sus zapatos.
- Espero que no nos encontremos con algún vecino o conocido. - dijo él ajustándose la peluca.
La esposa cogió un par de sandalias abiertas por el talón y con poco tacón.
- Pruébate estas, a ver como te quedan. – dijo dándole las sandalias.
El marido se las puso. Le quedaban un poco pequeñas, pero no había donde elegir, así que trató de caminar. Anduvo hasta el pasillo y regresó. Podían servir.
- ¿Qué te parecen?
- Dentro de lo malo no es lo peor.
- Déjame que te mire…
El marido giró sobre si mismo para ofrecerle una vista completa.
- …No está mal, aunque andando como andas pareces un travestido. Trata de ser un poco más femenino.
- ¿Más femenino? Tiene cojones que a mi edad tenga que aguantar estas cosas…
El cobrador, sentado en el interior del coche no quitaba ojo al portal. Por eso, cuando de su interior salieron dos mujeres, las siguió con la mirada. Sobre todo le llamó la atención la manera de andar de una de ellas, la más esbelta. Él ya había visto esa forma de andar y le era familiar. De pronto cayó en la cuenta. Salió del coche y corrió hasta las mujeres. No estaba seguro, así que quiso asegurarse. Las dos mujeres trataron de apurar el paso, pero una de ellas, la más esbelta, dio un tropezón y estuvo a punto de perder el equilibrio. Gracias a que su acompañante la agarró fuertemente del brazo, de no haberlo hecho se hubiera caído al suelo. El cobrador aprovechó para llegar hasta ellas.
- ¿Se encuentran bien?
Las dos mujeres siguieron andando sin hacer caso de las palabras del cobrador. Éste, por su parte, trató de identificar definitivamente al sospechoso, es decir, a la mujer esbelta.
- Oiga… Pero, si es usted… - dijo el cobrador reconociendo al marido disfrazado.
- Déjenos en paz, por favor. – rogó la esposa.
El matrimonio siguió andando.
- En todos mis años en esta empresa, no había visto nada igual. – añadió el cobrador con cierto desprecio.
- ¡Me cago en tu puta madre, cabrón! O nos dejas en paz o te parto la cara. – dijo el marido perdiendo la paciencia y abalanzándose contra el cobrador.
Ambos se enzarzaron en una ridícula lucha de agarrones. Por un lado, el marido pretendía derribar al cobrador. El cobrador por su parte intentaba zafarse del marido, y la esposa, metiéndose en medio, se esforzaba por separarlos. La escena era, como poco, esperpéntica. En un momento dado, el marido se llevó la mano al corazón y se desplomó con el rostro pálido.
- ¡Ay, Dios mío! Que le está dando otro ataque. – dijo la esposa con un gesto de pánico.
- ¿Otro ataque? - preguntó el cobrador con los ojos desorbitados.
- Sí, hace un par de meses sufrió uno. Por favor, ayúdeme a llevarlo a un hospital.
- Enseguida traigo el coche, espere aquí…
- No… a un hospital no… Estoy bien… ya me encuentro…bien. - dijo el marido intentando incorporarse.
- No te levantes, cariño. Espera a que este señor traiga su coche.
- Vestido así… no se te ocurra llevarme a ningún sitio.
- Pero necesitas que te vea un médico.
- Estoy bien… Es… este maldito corsé… que no me deja respirar. Llévame a casa para que pueda cambiarme.
- Entonces ¿traigo el coche o no? – dijo el cobrador.
- No déjelo. Mejor me ayuda a llevar a mi marido a casa.
Entre la esposa y el cobrador ayudaron a incorporar al marido. Luego le llevaron a casa.
Una vez en la casa, le dejaron resoplando en el sofá, con la falda del vestido levantada por encima de los muslos, dejando a la vista la ropa interior. La estampa era patética.
- Ayudadme a quitarme este jodido corsé, antes de que me ahogue. – dijo el marido con la voz congestionada.
- Antes déjame que te desabroche el vestido. – dijo la esposa poniéndose a ello.
- Bueno… si ya no me necesitan yo me vuelvo a mi puesto. - dijo el cobrador.
- Espere, podría necesitarle… Por qué no se queda unos minutos y le preparo un café.
- Es que…
- Sólo unos minutos. Para asegurarnos de que mi marido está bien.
- De acuerdo, solo unos minutos.
Todos miraron sus relojes. No quedaba demasiado tiempo para que empezase el bautizo, allí en la catedral. La mujer fue a preparar café, mientras el cobrador ayudó a desvestir al marido y a despojarlo de aquel horrible corsé. Liberado de la opresión del corsé, el marido pudo respirar y enseguida se sintió mejor.
- ¡Joder, que alivio! Ese puto chisme me estaba matando.
El marido se había quedado en ropa interior y eso incomodaba al cobrador que trataba de mirar a cualquier sitio menos a su persona.
- Veo que se encuentra mucho mejor… Quizá vaya siendo hora de que me marche. – dijo el cobrador mirando a un florero.
- Espere un momento a que mi mujer venga con el café. Es lo menos que podemos ofrecerle por su inestimable ayuda.
- Está bien… Pero haga el favor de vestirse.
- Enseguida. Antes quiero recuperar un poco el aliento.
En esos momentos entró en el salón la mujer, sosteniendo una bandeja con la cafetera, el azúcar, la leche, una taza y un platito con deliciosas pastas.
- Ya esta aquí el café. – dijo risueña.
La mujer dejó la bandeja sobre la mesa y le sirvió un café al cobrador.
- ¿Lo quiere solo o con un poquito de leche?
- Solo… pero ¿ustedes no toman? – se interesó el cobrador.
- No, a mi marido los médicos se lo tienen prohibido, por eso de los ataques. Y yo en estos momentos estoy muy alterada como para tomar café… eso sí, comeré una pastita que están muy ricas.
La mujer cogió una pasta y la mordisqueó como si fuera un roedor. El cobrador se echó un par de cucharadas de azúcar en la taza. El marido se acercó hasta la bandeja y dudó entre que pasta elegir, finalmente se decidió por una cubierta con una capa de chocolate.
- Me voy a vestir. - dijo mientras masticaba la pasta.
Y salió del salón. El cobrador y la mujer se quedaron solos, sentados uno en frente del otro.
- ¿Esta bueno el café?
- Buenísimo. Se nota que es de calidad. – dijo el cobrador apurando la taza.
- Déjeme que le sirva otra taza.
La mujer llenó de nuevo la taza al cobrador.
- Gracias, es usted muy amable. – respondió el cobrador
La mujer terminó de comerse la pasta y el cobrador se sirvió azúcar en el café.
- A pesar de lo que usted pueda pensar de mi marido, le diré que es un buen hombre. Antes de la gran crisis teníamos una empresa que hacía marcos de aluminio para puertas y ventanas. Teníamos a más de cincuentas empleados y nos iba muy bien. Con el “boom” de la construcción nos fue mejor aún. Había muchos pedidos y casi no dábamos abasto. Fueron buenos tiempos para todos. Pero claro, se acabó el “boom” y llegó la crisis, y con ella los problemas. La mayoría de nuestros clientes se arruinaron y tuvimos que cerrar la fábrica. Eso sí, mi marido se encargó de que todos sus empleados cobrasen lo que les correspondía. Cosa que los constructores no hicieron con él, porque esa gente nos debía, y nos debe mucho dinero. Mi marido podría haberles dicho a sus empleados que como no le pagaban, tampoco él podía pagar, pero se empeñó hasta las cejas con los bancos para poder pagarles a todos. Eso no lo hace todo el mundo ¿no cree usted?
- Supongo que no… Sin ir más lejos, yo trabajé durante más de veinte años en una empresa que se dedicaba a hacer piezas para coches. Pues bien, de la noche a la mañana, nos pusieron a toda la plantilla en la calle sin dar ningún tipo de explicación… Menos mal que poco después encontré este trabajo. Sino… no sé que hubiera sido… de mi familia y… de mí.
Al cobrador se le empezó a nublar la vista. De pronto, le pesaban enormemente los parpados y apenas podía hablar.
- ¿Se encuentra usted bien? – se interesó la mujer.
- Sí… solo es… un ligero ma… mareo.
Y dicho esto se desplomó sobre la mesa. La mujer sonrió y miró el reloj. Aún estaban a tiempo de llegar al bautizo. Poco después, entró el marido completamente vestido. Se extrañó de ver al cobrador desplomado sobre la mesa.
- ¿Y a ese qué le pasa?
- Le he dado unos somníferos con el café y ahora duerme tranquilamente.
- ¿Y cómo se te ocurre hacer esto?
- Es la única manera que se me ha ocurrido para que nos deje tranquilos y podamos ir al bautizo.
- Sí, pero… ¿Y si nos denuncia?
- No creo que lo haga, se le ve que es buena persona… Ayúdame a ponerlo en el sofá.
Él le cogió por debajo de las axilas y ella por los pies. Le dejaron tumbado en el sofá y le cubrieron con un edredón para que no sintiera frío y estuviera más cómodo.
- ¿No crees que es mejor atarle? Por si se despierta y le da por tomar represalias.
- No lo creo. Ya te digo que es buena gente. He estado hablando con él y así me lo ha parecido. Dejémosle así. Además esos somníferos son bastante efectivos y no creo que se despierte antes de seis o siete horas. Para entonces ya estaremos aquí e intentaremos solucionar los problemas que surjan…
El timbre del teléfono sonó en el recibidor.
- ¿Contestas tú? – dijo la mujer.
- Seguro que son los chicos para saber por qué nos retrasamos. – dijo el marido acudiendo al recibidor.
La mujer se acercó hasta el sofá, comprobó que el cobrador estaba bien arropado y después se retiró con la bandeja a la cocina. Cuando regresó junto a su marido, él ya había terminado de hablar por teléfono.
- ¿Eran ellos? – le preguntó la mujer.
- Sí, dicen que nos demos prisa. Que ya están todos allí.
- Por mí nos podemos ir ahora mismo.
- Pues vamos.
Apagaron las luces y se dispusieron a marcharse, pero antes de salir, el marido echó una última mirada hacia el salón.
- Me da no sé qué dejarlo ahí. – dijo con preocupación.
- Ya nos ocuparemos de él cuando regresemos. Ahora tenemos que darnos prisa.
- Tienes razón. Vámonos.
Y por fin salieron de la casa. En la calle pararon un taxi y viajaron hacia la catedral.
6 comentarios:
Pepe, mira que todavía me río con esta acción trepidante del principio, hasta que el marido sale a hablar con el cobrador..., y no sé si es que está loco, cabreado... o como un pato mareado.
Lo leo y lo veo...dar vueltas, , enfadado,...
Mira qué es bueno este cuento.
Un abrazo.
En gran medida es también mérito tuyo. Tú me aconsejaste en el final, también en retrasar la presentación del cobrador. Esos consejos han hecho que sea mejor relato. De todas formas, que gusto que me lo digas.
Un besazo amiga.
Me ha gustado muchísimo, está también hilado y es tan potente la historia... Es que he visto la peli...Buenísimo Pepe.
Un besazo.
Olive Tree Guitar Ensemble, muchas gracias por tu apoyo, seguiré así.
Begoña, tienes razón el relato tiene algo de guión de cortometraje, con mucho dialogo y acciones con ritmo. Muchas gracias.
Buen relato, me he reído mucho, aunque me esperaba un poco el final, pero está muy bien narrado. No se pierde el interés en ingún momento.
Genial, pepe.
Abrazos.
Gracias Javier, colega, yo me lo he pasado muy bien escribiéndolo. Es de esos relatos que vienen solos y lo único que hay que hacer es pasarlo al papel.
Un abrazo
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