martes, 6 de julio de 2010

EL ROBO ( PARTE CUATRO)

Como es de suponer mi madre se llevó un gran disgusto cuando le conté lo ocurrido. Me echó una bronca de campeonato. Entre rabia y lágrimas me dijo cosas duras y dolorosas. Nada que no me mereciese.
Salimos de casa en dirección a Simago. Tener que regresar al centro comercial, y además, acompañado de mi madre, era algo que no quería hacer ni por todo el oro del mundo. Sin embargo lo hice y gratis.
Llegamos y subimos por las escaleras que llevaban al despacho del gerente. Entramos en las oficinas. Yo miré al suelo para no cruzar la mirada con los que allí trabajaban.

- ¿Dónde es? – preguntó mi madre refiriéndose al despacho del gerente.

Señalé con el índice. Mi madre llamó a la puerta indicada y una voz procedente del interior dijo: Adelante. Entramos. El gerente se levantó del sillón que estaba detrás de su mesa para recibirnos.

- Si no me equivoco, usted debe ser la esposa de Pepe, el carnicero.
- No se equivoca.
- Encantado. Aunque ya siento que nos conozcamos en estas circunstancias.
- Sí, es una lástima.
- Siéntese por favor… En cuanto a ti prefiero que esperes fuera mientras tu madre y yo hablamos.

Salí del despacho y cerré la puerta. Noté la mirada de los oficinitas y clavé la mía en el suelo. La vergüenza que sentía era de tal magnitud que me arrepentí de no haberme arrojado a las vías del tren. Ahí, en la oficina, todo el mundo era consciente de que yo había intentado robar a la empresa y seguro que también sabían que yo era el hijo de Pepe el carnicero. ¿Por qué no me tiré a las ruedas del tren? Seguí mirando al suelo, deseando que éste se abriese, me tragara y ser digerido a las profundidades del infierno. Seguro que aquello no es peor que esto, pensé. Con agrado le hubiera dado mi alma al diablo si a cambio me hubiese sacado de aquella oficina. Apenas podía moverme, tenía el cuerpo agarrotado de la tensión y la vergüenza. Deseaba esfumarme, convertirme en polvo y volar lejos de allí. Ya que no podía volar intenté hacerlo con la mente, evadirme era uno de mis juegos preferidos y nunca me resultó difícil hacerlo. Sin embargo, en esa ocasión no lo conseguí. A mi alrededor sólo había vergüenza, dentro de mi cabeza únicamente encontré vergüenza, mi cuerpo estaba paralizado por la vergüenza… No vi pasado ni futuro y el presente era un tupido y pesado manto de vergüenza que me cubría y aprisionaba. ¿Por qué cuando tuve ocasión no me arrojé a las ruedas de un tren? ¿Por qué?... Cuando todo va de culo es sabido que las cosas pueden ir a peor. Escuché una voz familiar que saludaba a alguien en las escaleras que daban a las oficinas, era la voz de mi padre. Alguien lo había avisado por megafonía para que se acercase a las oficinas. Mi primer pensamiento fue el de saltar por una de las ventanas, atravesar el cristal, caer al vacío y romperme el cuello contra el asfalto. Antes de que pudiera dar el primer paso mi padre se dirigió a mí extrañado de verme allí.

- ¿Qué haces aquí?
- Mamá está dentro. - respondí señalando la puerta del despacho del gerente.
- ¿Y a qué habéis venido?...

Continuará

® pepe pereza

2 comentarios:

Mercedes Pinto dijo...

Aquí sigo. Pobre muchacho, no sabes cómo lo entiendo. Lo que es seguro es que quien siente tanta verguenza ha aprendido la lección.
Un abrazo.

Luisa dijo...

Me tienes en un tris, Pepe.
Ay qué ver… y al amigo ni lo cogen. Es como la vida misma. Hay que valer para este tipo de cosas si no, lo llevas escrito en la cara y tú solito te delatas.

Estoy pendiente.

Un besazo.