domingo, 25 de julio de 2010

LAS CRIADAS de JEAN GENET


Así empieza LAS CRIADAS de JEAN GENET
La habitación de LA SEÑORA. Muebles Luis XV. Encajes. En el fondo una ventana abierta que da a la fachada del inmueble de enfrente. A la derecha la cama. A la izquierda la puerta y una cómoda. Flores por todas partes.
Anochecer.

CLARA (de pie en combinación, de espaldas a la coqueta. Su ademán —tiende el brazo—y su tono, serán de un trágico exacerbado). — ¡Y estos guantes! Estos eternos guantes. Mira que te lo he dicho y repetido que los dejaras en la cocina. Con eso, me figuro, esperas enamorar al lechero. No, no, no mientas. Es inútil. Cuélgalos encima del fregadero. ¿Cuándo comprenderás que esta habitación no hay que profanarla? Todo, absolutamente todo lo que viene de la cocina es esputo. Sal. Y llévate tus esputos. Pero para. (Durante este discurso, SOLANGE estaba jugando con un par de guantes de goma y observaba sus manos enguantadas, a veces juntando los dedos y otras veces separándolos.) No te prives, hazte la mosquita muerta. Y sobre todo, no te des prisa. Tenemos tiempo de sobra. ¡Sal! (SOLANGE, de repente, cambia de actitud y sale humildemente sujetando con la punta de los dedos los guantes. CLARA se sienta ante la coqueta. Olfatea las flores, acaricia los objetos de aseo, se cepilla el pelo, se arregla la cara.) Prepare mi vestido. De prisa, no tenemos tiempo. ¿No está aquí? (Se vuelve.) ¡Clara! ¡Clara! (Entra SOLANGE.)
SOLANGE —Que la señora tenga la bondad de disculparme. Estaba preparando la infusión (pronuncia la infución) de la señora.
CLARA —Prepare mis trajes. El vestido blanco de lentejuelas. El abanico, las esmeraldas.
SOLANGE —Sí, señora. ¿Todas las joyas de la señora?
CLARA —Sáquelas. Quiero escoger yo misma. Y claro está, los zapatos de charol. Esos que tanto codicia usted desde hace años. (SOLANGE saca del armario algunos estuches. Los abre y los dispone sobre la cama.) Para su boda, me figuro. Confiese que la sedujo. Que está usted embarazada.
Confiéselo. (SOLANGE se pone en cuclillas sobre la alfombra y escupiendo sobre los zapatos les saca brillo.) Ya le dije, Solange, que evitara los esputos. Que duerman en su cuerpo, hija mía, y que se pudran en él. ¡Ja! ¡Ja! (Ríe nerviosa.) Que el caminante extraviado se ahogue en ellos. ¡Ja! ¡Ja! Es usted feísima, tesoro mío. Inclínese más y mírese en mis zapatos. (Alarga el pie y SOLANGE lo examina.) ¿Se figura que es cosa grata para mí saber que mi pie está envuelto entre los velos de su saliva? ¿Entre la bruma de sus pantanos?
SOLANGE (de rodillas y muy humilde). —Deseo que la señora esté guapa.
CLARA —Lo estaré. (Se arregla ante el espejo.) Usted me odia, ¿verdad? Me ahoga con sus atenciones, con su humildad, con las espadañas y la reseda. (Se levanta y dice en un tono más bajo.) Es un estorbo inútil. Hay demasiadas flores. Es mortal. (Se mira otra vez.) Estaré guapa. Más de lo que pueda usted serlo en su vida. Porque con este cuerpo y esta cara nunca podrá seducir a Mario. Ese joven lechero ridículo nos desprecia y si le ha hecho un hijo...
SOLANGE —¡Oh!, pero si yo nunca he...
CLARA —Cállese, idiota. Mi vestido.
SOLANGE (lo busca en el armario, apartando otros). —El vestido rojo. La señora se pondrá el vestido rojo.
CLARA —He dicho el blanco con lentejuelas.
SOLANGE (dura). —Lo siento. Esta noche la señora llevará el vestido de terciopelo escarlata.
CLARA (ingenuamente). —¿De verdad? ¿Por qué?
SOLANGE (fría). —No puedo olvidar el pecho de la señora bajo los pliegues de terciopelo. ¡Cuando la señora suspira y habla al señor de mi fidelidad! Un traje negro le sentaría mejor a su viudedad.
CLARA —¿Cómo?
SOLANGE —¿Tendré que precisar?
CLARA —¡Ah! Te refieres... Muy bien. Amenázame. Insulta a tu ama. Solange, ¿te refieres, verdad, a las desgracias del señor? Tonta. No es éste el momento de recordármelo, pero de esta indicación voy a sacar gran provecho.
¿Sonríes? ¿Lo dudas?
SOLANGE —Aún no ha llegado el momento de resucitar...
CLARA —¿Mi infamia? ¡Mi infamia! ¡Resucitar! ¡Qué palabra!
SOLANGE —¿Señora?
CLARA —Ya veo a dónde quieres ir a parar. Ya oigo el zumbido de tus acusaciones. Desde el principio me insultas, andas buscando el momento de escupirme en la cara.
SOLANGE (digna de compasión). —Señora, señora, aún no hemos llegado ahí. Si el señor...
CLARA —Si el señor está en la cárcel, es gracias a ti. ¡Atrévete a decirlo! ¡Atrévete! ¡No tienes pelos en la lengua! ¡Habla! Yo obro clandestinamente, camuflada por mis flores. Pero nada puedes contra mí.
SOLANGE —La palabra más insignificante le parece una amenaza. Que recuerde la señora que soy la criada.
CLARA —Por haber denunciado al señor a la policía, por haber aceptado venderle, yo estaría a tu disposición. Y eso que yo hubiera hecho peor aún. Mejor. ¿Crees que no sufrí? Clara, yo obligué a mi mano, ¿me oyes?, la obligué lentamente, firmemente, sin error, sin tachaduras, a trazar esa carta que iba a mandar a mi querido al presidio. Y tú, en vez de sostenerme, me desafías. ¡Hablas de viudedad! El señor no está muerto, Clara. Al señor, de presidio en presidio, le llevarán hasta la Guayana quizá. Y yo, su querida, loca de dolor le acompañaré. Formaré parte del convoy. Compartiré su gloria. Hablas de viudedad; el vestido blanco es el luto de las reinas. Clara lo ignoras. ¡Te niegas a darme el vestido blanco!
SOLANGE (fríamente). —La señora llevará el vestido rojo.
CLARA (con sencillez). —Está bien. (Severa.) Dame el vestido. ¡Qué sola estoy y sin amigos! Veo en tus ojos que me odias.
SOLANGE —La quiero.
CLARA —Como se quiere al ama, supongo. Me quieres y me respetas. Y esperas mi donación, la cláusula a tu favor. . .
SOLANGE —Haré lo imposible...
CLARA (irónica). —Ya sé. Me tiraría al fuego. (SOLANGE ayuda a CLARA a ponerse el vestido.) Abroche. No estire tanto. No intente liarme. (SOLANGE se arrodilla a los pies de CLARA y arregla los pliegues del vestido.) Evite rozarme. Échese hacia atrás. Huele a fiera. ¿De qué infecta buhardilla donde por la noche vienen a visitarla los criados, trae usted esos olores? ¡La buhardilla! ¡La habitación de las criadas! ¡El desván! (Con donaire.) Si hablo del olor de las buhardillas, Clara, es mero recordatorio. Allí... (Señala un punto de la habitación.) Allí las dos camas turcas separadas por la mesilla de noche. Allí la cómoda de pino con el altarcito a la Virgen. Eso es, ¿verdad?
SOLANGE —Somos infelices. Me entran ganas de llorar…

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