AMONIACO
De sus labios pasó a los lóbulos de las orejas, luego bajo por el cuello para terminar en sus pechos, sus pezones, la tripa, el ombligo y directo al tramo final. Justo antes de abordar su sexo le llegó un fuerte olor a amoníaco. De golpe, el deseo desapareció y salió huyendo hacía quién sabe dónde. Fue bastante embarazoso dar por terminado lo que en un principio iba a ser una velada de sexo salvaje.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué paras? – dijo ella.
- Tu coño apesta.
- ¿Qué dices?
- Apesta.
Ella se llevó la mano a su vagina, pasó sus dedos por encima y luego los olió.
- Tienes razón, huele un montón. Qué raro... si me he duchado esta mañana.
- No sé que decir.
- Te juro que me he duchado.
- Tranquila, yo te creo.
- Voy a lavarme.
Se levantó de la cama y fue directa al baño. Él se quedó observando su deshinchado pene. Escuchó cómo ella abría el grifo y casi sin pensarlo comenzó a hablar:
- Un día llegó una mujer de mediana edad a la consulta. Al examinarla, la sala entera se llenó de un agrio olor que salía de su coño. Yo no podía creérmelo, le pregunté cuando fue la última vez que aseó sus partes íntimas y ella me contestó que nunca, que esas partes no se lavaban porque era pecado tocarlas. ¿Puedes creértelo? Esa mujer no se había lavado el potorro en su vida. Nos costó muchísimo esfuerzo convencerla para que se dejase bañar por dos enfermeras... Por fin la asearon y pude examinarla. Al día siguiente llegó un hombre blandiendo un gran cuchillo y gritando que donde estaba el hijoputa que le había quitado el olor a hembra a su mujer. Evidentemente el hijoputa era yo y el hombre armado era el marido de la mujer del coño apestoso. Decía que ya no podía hacer el amor con su esposa porque le habíamos quitado el olor a hembra... Estuvo a punto de matarme.
- (Saliendo del baño) ¿Por qué me cuentas esa historia?
- No sé. De pronto me vino a la cabeza.
- (Poniéndole el coño delante de la cara) ¿Seguimos donde lo habíamos dejado?
- Ya no me apetece.
- ¿Lo dices en serio?
- Lo siento, pero así es como funcionan los frágiles mecanismos del cerebro. Un exagerado olor a hembra apaga o enciende según qué libido, según qué persona.
- Eres un cretino…
Ella cogió su ropa, se vistió y salió de la habitación dando un portazo que hizo temblar los cimientos del edificio.
®pepe pereza
De sus labios pasó a los lóbulos de las orejas, luego bajo por el cuello para terminar en sus pechos, sus pezones, la tripa, el ombligo y directo al tramo final. Justo antes de abordar su sexo le llegó un fuerte olor a amoníaco. De golpe, el deseo desapareció y salió huyendo hacía quién sabe dónde. Fue bastante embarazoso dar por terminado lo que en un principio iba a ser una velada de sexo salvaje.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué paras? – dijo ella.
- Tu coño apesta.
- ¿Qué dices?
- Apesta.
Ella se llevó la mano a su vagina, pasó sus dedos por encima y luego los olió.
- Tienes razón, huele un montón. Qué raro... si me he duchado esta mañana.
- No sé que decir.
- Te juro que me he duchado.
- Tranquila, yo te creo.
- Voy a lavarme.
Se levantó de la cama y fue directa al baño. Él se quedó observando su deshinchado pene. Escuchó cómo ella abría el grifo y casi sin pensarlo comenzó a hablar:
- Un día llegó una mujer de mediana edad a la consulta. Al examinarla, la sala entera se llenó de un agrio olor que salía de su coño. Yo no podía creérmelo, le pregunté cuando fue la última vez que aseó sus partes íntimas y ella me contestó que nunca, que esas partes no se lavaban porque era pecado tocarlas. ¿Puedes creértelo? Esa mujer no se había lavado el potorro en su vida. Nos costó muchísimo esfuerzo convencerla para que se dejase bañar por dos enfermeras... Por fin la asearon y pude examinarla. Al día siguiente llegó un hombre blandiendo un gran cuchillo y gritando que donde estaba el hijoputa que le había quitado el olor a hembra a su mujer. Evidentemente el hijoputa era yo y el hombre armado era el marido de la mujer del coño apestoso. Decía que ya no podía hacer el amor con su esposa porque le habíamos quitado el olor a hembra... Estuvo a punto de matarme.
- (Saliendo del baño) ¿Por qué me cuentas esa historia?
- No sé. De pronto me vino a la cabeza.
- (Poniéndole el coño delante de la cara) ¿Seguimos donde lo habíamos dejado?
- Ya no me apetece.
- ¿Lo dices en serio?
- Lo siento, pero así es como funcionan los frágiles mecanismos del cerebro. Un exagerado olor a hembra apaga o enciende según qué libido, según qué persona.
- Eres un cretino…
Ella cogió su ropa, se vistió y salió de la habitación dando un portazo que hizo temblar los cimientos del edificio.
®pepe pereza
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