( elcaribe.com.do )
El esplendor poético, recién salido de la verdad, emana de la poesía del poeta español David González. Desde su primer verso plasmado, su poesía ha sido mirada muchas veces con ojos deslumbrados por la luz fulgurante de una escritura singular, divisando en ella facetas que marcaron inolvidables épocas de su vida.
En sus versos es evidente la relación entre la expresión libre de la idea y la adopción de una prosa poética autónoma, que le ha permitido mayor libertad para conseguir su esencia. Sin embargo, esto no deja de lado que sus versos conformen una unidad lírica en la estructura narrativa y en el nivel semántico. Por tanto, esa escritura como disfrute, como consuelo de melancolía, con chispazos de alegrías y sin miramientos políticos ni mucho menos, ha exhibido una prosa de contenida fuerza, pero fundamentalmente libre.
Cada una de sus letras plasmadas desnuda las cosas. González arremete con deleitable esmero en la búsqueda de lo abierto, lo estrecho y confortable. Su obra poética es el boceto de un universo extraño, pero extraño ante la vista de los que se consideran intachables, de sus relaciones tanto lógicas como irracionales que se han apoderado de una manera consciente o inconsciente del pasaje de la vida. De lo real, de lo palpable, de aquello que no miente y que no se puede cambiar con simples versos.
Esa génesis de su creación, es ese mundo particular que sólo él pudo ver sin que desfalleciera su alma en los trasiegos acarreados en su vivir, caminando por territorios ignorados a veces por los hombres y donde surgen los más ricos instantes.
En David González ese inicio en el que todo escritor suele comenzar, también es diferente. “Tengo que remontarme muy atrás en el tiempo. Hasta la edad de seis años. Hasta María de la Paz, mi señorita particular. Verás: cada tarde, en la cocina de su casa, que hacía las veces de aula, con cinco o seis pupitres, ella cogía un libro de su biblioteca personal, una de esas obras maestras de la literatura, no sé, El Quijote, El Buscón, El Lazarillo de Tormes, y nos dictaba uno o dos párrafos, que nosotros, sus alumnos, teníamos que escribir en los cuadernos escolares con el menor número posible de faltas de ortografía. Ella nos ponía el dictado precisamente para eso: para que aprendiéramos a escribir sin cometer faltas de ortografía”.
Sin embargo, en mi caso, en mi inconsciente, supongo que también debió de quedar algo del ritmo y de la técnica de aquellos grandes escritores y que, más adelante, cuando empecé a escribir en serio, eso, de algún modo, me fue, y me es, de gran provecho. Con esa señorita particular, aprendí a amar las palabras, a convivir con ellas, a encontrar en ellas significados que desconocía, y, por supuesto, aprendí a escribir sin cometer faltas de ortografía. Mi primer poema lo escribí a los quince años, con la intención de enamorar a mi compañera de pupitre, una chica que se llamaba Celia. Pero imagino que el poema no debía de ser muy bueno pues no conseguí que Celia se enamorase de mí”, dijo.
Este creador literario nacido en Gijón escribe sobre esas voces que no todos oyen. Marcando paso a paso su diario acontecer. David González es un ser inquieto y esa impaciencia por el quehacer poético lo han llevado a renovar la poesía, según sus palabras empezando por su lenguaje y temática.
“La poesía me permite condensar mi pensamiento, mis emociones y mis experiencias en muy pocas palabras ir directo al grano, o sea, a la esencia misma de lo que quiero expresar o comunicar, a la raíz misma de la historia que quiero contarle al posible lector. Para mí, escribir poesía, siempre lo digo, es una manera de limpiarme por dentro, de mostrarme ante el lector tal y como creo que debe hacerlo un verdadero escritor, tal y como es, con sus defectos y virtudes, unas veces héroe y otras villano, desnudo en cuerpo y alma, sin tapujos, sin mentiras o falsas verdades. Es, por decirlo con otras palabras, una forma de dialogar con mis ángeles y acallar mis demonios”, expresó el escritor.
Como un duende que se roba un suspiro, David González deja una huella imborrable de su ser en cada uno de sus poemarios.
En sus versos es evidente la relación entre la expresión libre de la idea y la adopción de una prosa poética autónoma, que le ha permitido mayor libertad para conseguir su esencia. Sin embargo, esto no deja de lado que sus versos conformen una unidad lírica en la estructura narrativa y en el nivel semántico. Por tanto, esa escritura como disfrute, como consuelo de melancolía, con chispazos de alegrías y sin miramientos políticos ni mucho menos, ha exhibido una prosa de contenida fuerza, pero fundamentalmente libre.
Cada una de sus letras plasmadas desnuda las cosas. González arremete con deleitable esmero en la búsqueda de lo abierto, lo estrecho y confortable. Su obra poética es el boceto de un universo extraño, pero extraño ante la vista de los que se consideran intachables, de sus relaciones tanto lógicas como irracionales que se han apoderado de una manera consciente o inconsciente del pasaje de la vida. De lo real, de lo palpable, de aquello que no miente y que no se puede cambiar con simples versos.
Esa génesis de su creación, es ese mundo particular que sólo él pudo ver sin que desfalleciera su alma en los trasiegos acarreados en su vivir, caminando por territorios ignorados a veces por los hombres y donde surgen los más ricos instantes.
En David González ese inicio en el que todo escritor suele comenzar, también es diferente. “Tengo que remontarme muy atrás en el tiempo. Hasta la edad de seis años. Hasta María de la Paz, mi señorita particular. Verás: cada tarde, en la cocina de su casa, que hacía las veces de aula, con cinco o seis pupitres, ella cogía un libro de su biblioteca personal, una de esas obras maestras de la literatura, no sé, El Quijote, El Buscón, El Lazarillo de Tormes, y nos dictaba uno o dos párrafos, que nosotros, sus alumnos, teníamos que escribir en los cuadernos escolares con el menor número posible de faltas de ortografía. Ella nos ponía el dictado precisamente para eso: para que aprendiéramos a escribir sin cometer faltas de ortografía”.
Sin embargo, en mi caso, en mi inconsciente, supongo que también debió de quedar algo del ritmo y de la técnica de aquellos grandes escritores y que, más adelante, cuando empecé a escribir en serio, eso, de algún modo, me fue, y me es, de gran provecho. Con esa señorita particular, aprendí a amar las palabras, a convivir con ellas, a encontrar en ellas significados que desconocía, y, por supuesto, aprendí a escribir sin cometer faltas de ortografía. Mi primer poema lo escribí a los quince años, con la intención de enamorar a mi compañera de pupitre, una chica que se llamaba Celia. Pero imagino que el poema no debía de ser muy bueno pues no conseguí que Celia se enamorase de mí”, dijo.
Este creador literario nacido en Gijón escribe sobre esas voces que no todos oyen. Marcando paso a paso su diario acontecer. David González es un ser inquieto y esa impaciencia por el quehacer poético lo han llevado a renovar la poesía, según sus palabras empezando por su lenguaje y temática.
“La poesía me permite condensar mi pensamiento, mis emociones y mis experiencias en muy pocas palabras ir directo al grano, o sea, a la esencia misma de lo que quiero expresar o comunicar, a la raíz misma de la historia que quiero contarle al posible lector. Para mí, escribir poesía, siempre lo digo, es una manera de limpiarme por dentro, de mostrarme ante el lector tal y como creo que debe hacerlo un verdadero escritor, tal y como es, con sus defectos y virtudes, unas veces héroe y otras villano, desnudo en cuerpo y alma, sin tapujos, sin mentiras o falsas verdades. Es, por decirlo con otras palabras, una forma de dialogar con mis ángeles y acallar mis demonios”, expresó el escritor.
Como un duende que se roba un suspiro, David González deja una huella imborrable de su ser en cada uno de sus poemarios.
6 comentarios:
Nuevamente: Gracias, hermano. Abrazos fuertes y solidarios.
Es verdad, escribir, ya sea poesía, ensayo o novela, es una manera de limpiarse por dentro.
Un abrazo.
Me ha encantado este artículo. Creo que hace un retrato bastante acertado de David. Y la anécdota que recoge es entrañable.
La foto también ha sabido captar su esencia. Me gusta.
Un beso, Pepe.
Hacer poesía es pegarse con el mundo, y con el asco y la belleza de traen las letras en su magnitud.
David, gracias a ti por cada poema que has escrito. Son impagables.
Abrazo
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