martes, 5 de enero de 2010

EPÍLOGO DE DAVID GONZÁLEZ PARA "PUTAS"

EL FRANCO HORROR DE LA VERDAD (Thomas Bernhard)
En una sociedad como esta, la nuestra, supuestamente civilizada y desarrollada, pero que sin embargo, en la práctica, y por regla general, no muestra la menor compasión ni tiene piedad alguna con los miembros de sus colectivos más desfavorecidos, aquellos a los que no se duda en aplicar, como un estigma, el calificativo de marginales, aquellos que en el restaurante de la democracia han de conformarse, y gracias, con las sobras de los que comen a la carta, la de la Constitución; este libro de relatos, que no de cuentos, del escritor riojano Pepe Pereza, se hace, tanto artística como humanamente hablando, no ya solo necesario, sino obligado, indispensable.
Pereza fija su mirada y pone todo su talento, que no es poco, al servicio, como los caballeros de antaño, de una causa justa; al servicio de un grupo social especialmente denostado, insultado, acosado y perseguido en este país, España, de un tiempo a esta parte: el que conforman las mujeres que practican el así llamado oficio más viejo del mundo, esto es, la prostitución. Y si escribo mujeres y no putas o lumis o lumiascas se debe a que en estos diez relatos, que no cuentos repito, la mirada, lúcida, de Pepe Pereza se puede, y se debe, resumir en la cita de la poeta y editora digital Ana Patricia Moya: “Por encima de putas, mujeres”.
En efecto, valiéndose de un lenguaje al que hace unos días otro artista, Mario Crespo, hablando de esto conmigo, no dudó en adjetivar, en mi opinión acertadamente, de cinematográfico, Pepe Pereza, que, no lo olvidemos, también encauza su energía creativa, que no es poca, hacia el mundo de la interpretación, viene a decirnos mediante estas once secuencias o escenas, muy bien encadenadas, que las esperanzas, las obligaciones y las motivaciones que impulsan a estas mujeres a vender sus cuerpos no difieren en nada, en absolutamente nada, de las que nos llevan a nosotros a desempeñar nuestros respectivos oficios que, tal y como están las cosas, y conviene no olvidarlo, podemos muy bien perder e ir a dar con nuestros huesos a esas calles de las que ahora, por pasiva o por activa, estamos barriendo y expulsando, como si tuvieran la peste, a estas mujeres.
No solo eso. Cada una de estas mujeres, cada una de las protagonistas de estos relatos, que no cuentos, insisto, es un espejo en que se refleja la cara menos amable de esta hipócrita sociedad que todos, en mayor o menor medida, hemos contribuido a construir: la cara B de esos ciudadanos supuestamente cívicos, honrados y respetables que, paradojas de la vida, suelen ser los que más a menudo requieren los servicios de estas mujeres a las que usan poco menos que como felpudos.
Nuestro escritor logra algo más en estas historias, lo más importante, creo: devuelve a estas mujeres su condición humana y, como ya hiciera en su momento, con sus pinceles y su paleta, el artista maldito, gran artista, Amedeo Modigliani, Pepe Pereza eleva a estas mujeres a la categoría de obras de arte.

DAVID GONZÁLEZ
(diciembre del 2009)

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